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HISTORIAS DEL CANTE ANDALUZ XXII |
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HISTORIAS DEL CANTE ANDALUZ
LA GUITARRA DE RAMÓN MONTOYA. (XXII)
LA GUITARRA DE RAMÓN MONTOYA. A PROPÓSITO DE GUITARRISTAS.
Los años 40
fueron en Madrid los años de las ventas. De La
capitana pasé a Villa-Rosa, donde ganaba también sólo para sobrevivir y
donde actuaban muchos artistas flamencos de entonces, que luego nos volvíamos a
encontrar muchas veces en otras ventas a donde nos contrataban. Uno de los
cantaores mayores y más conocidos de entonces, que todavía vive, es Pepe
el de la Matrona, hombre ocurrente que
ha tenido una larga vida llena de peripecias, viajes y muchas anécdotas. En los
tiempos de Villa Rosa, Pepe
e1 de la Matrona, que hoy debe andar
por los noventa años, ya era bastante mayor, y solía decirle al guitarrista
Manolo el Sevillano, que le tocaba
muchas veces, que le avisara cuando tenía que salir cantando. Se ponía el
Sevillano a tocar y a tocar, por soleá,
por ejemplo, esperando que el de la Matrona
saliera, pero pasaba el tiempo y Pepe no salía, a pesar de que el
guitarrista le daba la entrada una y otra vez. Luego le decía Pepe al
guitarrista: Llámame, llámame. Quizá Pepe el
de la Matrona quería que el guitarrista le inspirara con su toque, o
quizá lo dejaba tocar largo rato para tener él un respiro y no gastar mucho sus
fuerzas. El caso es que la escena se repetía con frecuencia: él Sevillano
venga a tocar, esperando que el otro saliera, y el otro sin salir, hasta
que el guitarrista se paraba, y entonces Pepe: ¡Pero hombre, llámame, llámame!
Un día estando los dos personajes en una fiesta particular pasó lo mismo, y el
Sevillano harto de tocar sin que
el de la Matrona saliera cantando, soltó la guitarra
tranquilamente, sin decir nada, se puso en pie, empezó a irse, y, desde lejos,
va y le dice, a voces: -¡Pepe. !Refiero esta anécdota con todo cariño, pues
tengo una gran amistad con Pepe, con el que siempre he coincidido en las
cuestiones históricas del cante.
Estando en Villa Rosa sufrí un contratiempo de enfermedad, a consecuencia de la vida que llevaba, pero, afortunadamente, pude reponerme. Luego, hacia 1947, pasé a Zambra, donde nos juntamos la mayoría de los artistas que habíamos estado en La capitana y en Villa Rosa. Y estando en Zambra fue cuando yo me di cuenta cabal de la clase de guitarrista que era Ramón Montoya. Fue en una noche en la que se puede decir que se reunieron los mejores guitarristas que había entonces en Madrid. Allí estaban, con Ramón Montoya, Luis Maravillas, Manolo y Pepe de Badajoz, Manolo de Huelva. Como cantaores estaban, entre otros, Juanito Mojama, Cepero, algunos más y yo. Entre todos pusimos un dinero para divertirnos. Era una fiesta de artistas. Como Ramón y él Huelva eran tan buenos y tenían tanto nombre, ningún guitarrista de los presentes quería hacer exhibiciones delante de ellos. Y, como ninguno quería tocar, Luis Maravillas cogió una guitarra y se la dio a Ramón Montoya, diciéndole: Haga usted el favor. Toque usted un poquito...Y entonces dijo Ramón una cosa así: Pero hombre. Con tanta gente buena como hay aquí. Cogió Ramón la guitarra, empezó a tocar e hizo que yo cantara un rato por soleá y por seguiriya. Luego siguió tocando él solo, ya sin cante, toda clase de toques, de forma extraordinaria; y así siguió, sin parar, hasta la mañana siguiente. Pocas veces se habrá visto una cosa igual a como tocó aquel hombre. Cuando a él le pareció, levantó la guitarra y la ofreció a quien quisiera seguir tocando. Pero nadie se atrevió a cogerla.
Ramón
Montoya
A decir verdad ya antes de aquella noche yo había tenido ocasión de valorar a Ramón Montoya como el gran guitarrista que era. Este gitano, que había nacido en Madrid, aunque su familia creo que procedía de la parte de Linares, fue el primero que empezó a tremolar, y en este sentido se puede decir que enriqueció los toques de guitarra, pero no los toques gitanos, ya que él imitaba y se basaba en la escuela de Tárrega, clásica y no flamenca. Lo que enriqueció con sus trémolos fueron los toques libres, o sea por malagueñas, granaínas y toques de levante. En esto se diferenciaba Ramón Montoya de otro gran guitarrista, Javier Molina, el cual, basándose en los toques del maestro Patiño, también había enriquecida la guitarra flamenca, pero desarrollando los toques gitanos desde dentro. Por eso la especialidad de Montoya eran esos toques libres y por ese motivo casi siempre acompañaba a cantaores como Chacón, o, luego, al Niño Marchena, y pocas veces a Manuel Torre o a Pastora, pongo por caso. Yo me daba perfecta cuenta de esto, y como yo cantaba lo que cantaba y de la manera que lo cantaba, teniendo en cuenta aquella especialidad de Ramón Montoya, se puede decir que le huía, porque además era bastante mayor que yo y le tenía bastante respeto. A mí solía tocarme entonces Manolo de Huelva. Pero resultó que Ramón también se daba cuenta de esta situación y de los motivos de la misma, y un día me preguntó abiertamente que quién me gustaba a mí como tocaor. Yo le dije quienes más me gustaban: Javier Molina, Curro el de la Jeroma, el Huelva. Y él me dijo entonces: A mí también me gusta mucho el huelvano. Pero tú a mí no me has escuchado nunca, ¿a que no? Sí, tío. Yo sé que usted es el mejor. Pero me parece que Ramón no me hizo caso. El seguramente ya tenía pensada una cosa, y un día, estando de fiesta con un amigo suyo, éste nos metió en un cuarto a los dos, y Ramón me hizo cantar. Yo canté por soleá, seguiriya, tientos y cantiñas, y él me tocó a las mil maravillas. Luego paro y me dijo: ¡Qué! ¿Cómo has «cantao», sobrino?
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Años después, estando yo en Nueva York, me ocurrió una cosa parecida con Sabicas, que también quiso demostrarme que sabía tocar estupendamente para acompañar por todos los estilos. Y lo demostró. En el caso de Ramón Montoya, lo que pasaba era que se había ido especializando en los toques levantinos, acompañando casi exclusivamente a los cantaores que interpretaban este tipo de cante. Además Montoya tenía tendencia a ejecutar solos de guitarra, sin someterse al cante, al igual que Sabicas y otros guitarristas, que ya se pueden considerar concertistas, aunque algunos de los demuestren que son también magníficos Acompañantes del cante cuando se presenta la ocasión. Otro guitarrista con tendencia solista fue Diego de El Gastor, gitano descendiente de la Anica Amaya y cuya familia, procedente de la Serranía de Ronda, se afincó en Morón, donde Diego vivió siempre y donde murió en el verano de 1973. Diego tendía quizá más al concertismo que al acompañamiento, no obstante ser un gran aficionado al cante, al que también sabía acompañar, como pudimos testificar Juan Talega y yo, por habernos acompañado muchas veces en fiestas. Pero, a diferencia de lo que ocurría con Montoya, no se inclinaba en absoluto por los aires levantinos, sino por los otros, por lo que estaba más cerca de Javier Molina, siendo incluso más exagerada su postura, pues el de e1 Gastor solía tocar solamente por soleá, seguiriya y bulería, por cierto de una forma muy personal y enigmática. En realidad la actitud de Diego se podía explicar, en parte, por el hecho de no ser un profesional, pues la mayor parte de su vida tocó entre amigos y en fiestas privadas.
Las confesiones de Antonio Mairena, escritas por Ricardo Molina |
El Arte de Vivir el Flamenco © 2003 |