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HISTORIAS DEL CANTE ANDALUZ XXIII |
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HISTORIAS DEL CANTE ANDALUZ
REENCUENTRO CON CARMEN AMAYA. (XXIII)
Carmen Amaya volvió a España bastante después de la guerra, y ya a finales de los años 40 se presentó en el Teatro Madrid, de la capital de España, al frente de su compañía, donde actuaron y en cierta manera se formaron bailaores como Antonio y Rosario, y también otra pareja, Teresa y Luisillo, mismas que luego formaron compañías independientes. Yo fui a saludar a Carmen y estuve con ella charlando en su camerino. Se alegró mucho de verme v me preguntó que dónde había andado, pues había tratado de localizarme para que trabajara con ella en su compañía y no había podido dar conmigo. Yo me extrañé mucho, y ella me explicó entonces que se había dirigido a uno de Sevilla, conocido de ella y mío, como intermediario, al que dio el encargo de localizarme, pero que éste, en vez de llamarme a mí, como eran los deseos de Carmen, y a pesar de que me tenía en Sevilla, le mandó otro cantaor, que por cierto no le sirvió y Carmen lo tuvo que despedir. Yo quedé indignado con lo que acababa de contarme, aunque al mismo tiempo me satisfacía que todavía se acordara de mí.
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Me dijo Carmen que si no me importaría trabajar con ella durante sesenta días que iba a actuar con su compañía en el Teatro Fuencarral. Yo acepté, y estuve con ella el tiempo acordado. El baile de Carmen era mucho baile para el público que acudía a aquel teatro, que no estaba preparado para captar en toda su grandeza y en todas sus dimensiones el genio de aquella extraordinaria bailaora, y ella se daba cuenta de esto. Sin embargo, el éxito era muy grande cada día, sobre todo con el número de la fragua, que se había montado escenificando con cante y baile un poema del Romancero gitano de García Lorca: El Romance de la luna, luna. En el escenario aparecía yo en una fragua, y el recitador Juan José empezaba a decir los versos:
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando...
Seguía el romance hasta llegar a la parte que dice:
Huye, luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos
Y en ese momento, simbolizando a la luna, aparecía Carmen Amaya con bata blanca de cola, y yo le cantaba por soleá, mientras ella bailaba.
Gitanita de mi alma,
Yo no le temo a los males.
Más le temo a los peligros
de una bata de lunares.
Y así seguía con otras letras y otros cantes, al mismo tiempo que ella, bailando, giraba alrededor de mí, y muchas veces me decía: ¡Qué lástima de cante y de baile! ¡Qué lástima de cante y de baile!...Este número de la fragua era el número bomba. Mientras yo le cantaba, ella, girando sobre su pie izquierdo, iba enredando, enredando la cola larguísima de su bata, hasta dejarla enroscada alrededor de ella, y todo con el arte inigualable que tenía. Luego, hacía un movimiento brusco y mandaba la punta de la cola muy lejos de ella. Finalmente, yo remataba el cante, al tiempo que ella iba aligerando el baile, haciendo desplantes y arrastrando la larga cola.
Yo te quería.
Ya no te quiero.
Tengo en mi casa
géneros nuevos.
Y
hacía un brioso y espectacular mutis que formaba un alboroto en el público. El
teatro se venía abajo. Antes de que pasaran los sesenta días que teníamos que
actuar en el Fuencarral, habíamos acordado que yo le acompañaría a París.
Pensaba yo en el buen porvenir que podía tener con tan extraordinaria artista,
cuando todo se esfumó como un ensueño, ya que ciertas circunstancias, que no es
el caso explicar, convertidas en poderosas razones familiares, hicieron que
Carmen se viera prácticamente obligada a llevar con ella al cantaor Chiquito de
Triana, en vez de llevarme a mí, que me tuve que quedar en España.
El destino quiso que tampoco esta vez se unieran el baile de
Carmen Amaya y el cante de
Antonio Mairena Y fue una lástima, porque Carmen era una genial bailaora que
se entusiasmaba y bailaba fabulosamente cuando yo le cantaba
Las confesiones de Antonio Mairena, escritas por Ricardo Molina |
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