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HISTORIAS DEL CANTE ANDALUZ XIV |
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HISTORIAS DEL CANTE ANDALUZ
MANUEL TORRE (XIV)
EL LEGADO DE MANUEL TORRE.
En la tarde de un sábado del verano de 1933, un gran aficionado al cante que había en Carmona y que se apellidaba Mata, después de cerrar el comercio que tenía en su ciudad y coger el dinero que había en el cajón, que no sería mucho, se encaminó a Sevilla y se dirigió, como hacía todos los sábados, a casa de Manuel Torre para llevárselo de juerga. Este gran aficionado iba con su mujer, pues los dos sentían una gran admiración por el Niño de Jerez.
En la puerta de la casa, Manuel tenía un borriquito, dos pollos ingleses y dos galgos llamados Andújar y Amapola. Siempre andaba con animales así, que los vendía o cambiaba realizando unos tratos extravagantes en los que casi siempre lo engañaban. A lo mejor el burrito de aquella tarde lo había cambiado por un caballo. Bueno, pues el matrimonio de Carmona entró en casa de Manuel y en la habitación de éste, donde no había nada más que dos sillas, una mesita, un baúl y un catre. Y en aquel catre se hallaba el cantaor más grande ha parido madre.
Pero aquella buena gente se encontró con la triste sorpresa de ver a Manuel postrado y con muy mala salud, pues padecía una enfermedad grave y sin solución, por lo que no podía irse con ellos de fiesta. Manuel Torre le dijo a su amigo estas palabras: Mata, yo ya no puedo cantar ni moverme más de la cama. Yo me muero. Te recomiendo que te vayas a Mairena del Alcor y preguntes por un gitanillo que tiene allí una tabernita y que le dicen el Niño de Rafael. Le dices que vas de mi parte, que te atenderá y te gustará.
Aquella misma tarde llegó el aficionado de Carmona a la tabernita que yo tenía en Mairena, en la que hoy es Plaza de Calvo Sotelo. Yo la había tomado al volver del servicio militar y la tuve durante año y medio. A1 presentarse el señor Mata y su mujer, con un guitarrista de Carmona, me pidieron una docena de cañas de manzanilla, que yo les serví en su cañera, como era la costumbre. Me preguntó aquel hombre si yo era el Niño de Rafael, y al decirle que sí, me contó todo lo que Manuel Torre le había dicho, y me dio su recomendación. Yo me estremecí de emoción y de sentimiento, por lo que yo sentía por Manuel y por lo que éste había introducido en mi espíritu. Con toda clase de atenciones, metí a la reunión en un reservado que yo tenía preparado para aquellos casos, y empezamos a beber y a cantar. Aquel buen hombre se pasó todo el tiempo llorando, oyéndome cantar, porque decía que yo le recordaba a Manuel Torre. Estando de esa manera, y cuando serían las tres de la madrugada, nos enteramos de la terrible noticia: Manuel Torre, el Niño de Jerez, había muerto. Nos entró una pena tan grande que no se podía explicar con palabras ni con nada. No se cantó más, pero seguimos juntos todavía mucho tiempo, y no hacíamos más que beber y llorar.
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El Arte de Vivir el Flamenco © 2003 |