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HISTORIAS DEL CANTE ANDALUZ
TOMÁS PAVÓN (XVI)
GRANDEZA Y AMARGURA DE
TOMÁS PAVÓN
La vida artística de un cantaor que quisiera cantar por derecho los cantes gitanos era un puro sacrificio. En veinte años por la Alameda yo presencié las incomprensiones más dolorosas. Yo vi por mis propios ojos la amarga vida de uno de los mejores cantaores de este siglo, Tomás Pavón, que fue víctima de su pureza gitana. Tomás, con su hermano Arturo, que era el mayor de ellos, y su hermana Pastora, componía la escuela de los Pavones, ante la que todos los aficionados tienen que descubrirse. Los Pavones vivían en la Plaza de la Mata. Tanto Tomás como la Niña de los Peines arrancaron del genial Manuel Torre, aunque tenían su propia personalidad y un increíble sentido para la música de los cantes. Con la base de Manuel Torre, Tomás Pavón puso su atención en los cantes de Triana. El estaba casado con una gitana de aquel barrio, llamada Reyes, y con este motivo frecuentaba mucho el ambiente trianero. Tomás sacó de su manantial, prácticamente olvidado, aquellos cantes de Triana, que nunca habían sido asequibles ni comerciales Los estudió, se impregnó de su esencia y de sus duendes y los desarrolló de una forma el excepcional. De Triana Tomás grabó la debla, el martinete y un par de cantes por seguiriyas muy divulgados y conocidos de la afición. Uno de ellos es el cante de Frasco el Colorao que dice:
Dios mandó el remedio.
Pera «pa» este mal mío y de mi
compañera no lo hay ni 1o encuentro
Y el otro es el famoso Reniego, que viene de la Casa de los Caganchos. Tomás me puso el pie en el estribo para meterme en los caminos oscuros de los viejos cantes de Triana, los cuales, aunque parezcan olvidados, están ahí de algún modo. Se pierden las personas, pero el cante permanece, come escondido debajo de la tierra antigua o voloteando en el aire donde nació. Tomás supo ver y entender esto como nadie, y desenterró y captó las esencias trianeras, desarrollándolas de una manera tan portentosa que, técnicamente hablando, Tomás Pavón ha sido, sin duda, el mejor cantaor de este siglo. Pero a Tomás le tocó vivir la época peor para un cantaor como él. De las muchas veces que lo escuché cantar en fiestas, hubo una que no se me olvidará nunca. Fue una noche en la Vinícola, en la Plaza del Duque, entre Semana Santa y Feria. La reunión era de lo más apropiado, pues se puede decir que allí estaba toda la crema de los buenos aficionados que había entonces en Sevilla. Allí estaban las hermanas Pompi, Pepe Torre, María Moreno, Caracol (padre), Rafael Ortega, Enrique el Almendro, Manolo de Huelva, el Niño Ricardo, Juan Talegas y yo, que había sido invitado también. ¡Ah!, y también estaba Pepe Suárez, al que me he referido en otras ocasiones. Pepe Suárez cantaba bastante bien y era, sin duda, el mejor aficionado que había en Sevilla. Era representante de la Casa González Byas y gozaba de buena posición económica, estando asimismo muy bien relacionado con el señorío que quedaba por entonces (no me refiero a los encumbrados por la guerra). Ayudaba mucho a los artistas, porque era un hombre bueno y generoso. Pues bien, en aquella ocasión todo era solemnidad y esperar que llegara el momento de los duendes. Para empezar la fiesta, el aficionado más autorizado de los que allí había, Gabriel Gallardo, de Puebla de Cazalla, dijo: Señores artistas, ¿a quién le corresponde romper cantando? Nos miramos unos a otros, y yo salté: Yo soy el primero en cantar. Salí cantando por bulerías, y la fiesta se fue animando. Unos cantaban con más calidad que otros, pero todos de bien para arriba. El último fue Tomás Pavón, que estaba sentado a mi vera y me decía: Primo Antonio, ¡qué malo es tener que cantar sin poder beber! Porque Tomás sufría una dolorosa enfermedad y no podía beber vino. Se tenía que limitar a tomarse un vaso de leche. Pero tenía que cantar. Y fue y le dijo al de Huelva: Toca por soleá. Cuando Tomás se templó, yo sentí un escalofrío. Estuvo cantando media hora por soleá: los cantes de Alcalá, de la Serneta, de Enrique el Mellizo, de José Illanda, de Frijortes y de Triana. La reunión rayaba en el delirio ante aquel gran manantial de cantes. Todos nos mirábamos atónitos, sin saber qué nos pasaba. Y entonces se le ocurre a Gabriel decirme: Mairena, ¿quiere usted cantar un poco por seguiriya? Y mi contestación fue rotunda: Nadie puede cantar. Y Tomás añadió: Señores, perdonadme; que lo que tengo que cantar esta noche lo voy a cantar seguido, _v el corazón me pide cantar por seguiriya. Y luego se dirigió a mí y me dijo: Primo Antonio, perdóname que yo lo cante todo junto, que después no podré cantar. Y yo noté en la cara de Tomás que el duende se le había enredado y que era el momento preciso de desprendérselo para deleite de aquella reunión. Y lo que luego ocurrió no se puede describir. Ni volverá a repetirse nunca. Yo no había escuchado en mi vida cantar como cantó Tomás aquella noche: cerca de una hora cantando por seguiriyas de distintos matices, que nos sacudieron a todos de forma irresistible. Algo sobrenatural. Naturalmente, cuando Tomás terminó, ya no se volvió a cantar más. A este hombre extraordinario, a finales de su vida,. sólo lo llamaban para pocas fiestas algunos escasos aficionados, amigos suyos. Se puede decir que lo mantenían su hermana Pastora y Pepe Pinto. Y la amargura de Tomás se agravaba por su propio carácter, por sus rarezas. Mi vinculación y mi admiración a la Casa de los Pavones ha sido muy grande. En 1967, con motivo del día de mi Santo, cuando ya hacía más de quince años de la muerte de Tomás, el Pinto me regaló, enmarcada, una composición con los retratos de Tomás, Pastora y el Pinto hechos a base de dibujo y fotografía por el pintor Capuletti y con la siguiente leyenda: A la herencia del cante gitano, Antonio Mairena, de dos artistas inmortales y de un aficionado que se enorgullece en recordarlos. Pastora y Pepe (en vida), Tomás (en el cielo) San Antonio, 13 junio 1967.
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