ANTONIO RUZ
ENTREVISTA A ANTONIO RUZ
Antonio Ruz, bailarín y coreógrafo: "He intentado siempre llevar el nombre de Córdoba por el mundo a través de la danza"
El artista cordobés es uno de los representantes más destacados de la danza contemporánea en la actualidad, con propuestas arriesgadas que mezclan diversas disciplinas
Antonio Ruz trae al Gran Teatro 'Pharsalia', una coreografía creada como un canto antibelicista
El cordobés Antonio Ruz regresa a la Compañía Nacional de Danza con 'In Paradisum'
Antonio Ruz (Córdoba, 1976) es uno de los bailarines y coreógrafos con mayor proyección nacional e internacional de la danza contemporánea. En 2018, fue reconocido con el Premio Nacional de Danza por el exquisito trato que da a la música, el vestuario, la iluminación y la dramaturgia en sus creaciones. Sus trabajos se caracterizan por trascender las fronteras de la danza y abordar desde la filosofía a la arquitectura o la poesía. El niño que comenzó en la academia de Concha Calero y se inició en el ballet con Araleo Moyano ahora es una de las figuras del momento.
¿Cómo empezó en la danza?
Empecé estudiando flamenco en la academia de Concha Calero. Era el típico niño que bailaba sevillanas desde que tenía cinco años, mis primas me enseñaron. Era muy inquieto en todo, no solo en la danza, sino en la pintura y en todo lo que tiene que ver con el arte. Tengo una anécdota muy curiosa: cuando cumplí siete años, mi abuela Antonia, que vio esa inquietud que yo tenía con el baile, me regaló un cursillo de sevillanas en la escuela de Antonio y Mariví, en Ciudad Jardín. Y me gustó tanto que le pedí a mi madre que por favor quería seguir. Así que ella me apuntó en la academia de Concha Calero, en la que estuve hasta los 11 años. Parece ser que yo tenía otro tipo de aptitudes, más para la danza que para el flamenco, y Concha, que era muy graciosa, le dijo a mi madre que yo no tenía gracia (ríe), que era muy lírico y que me apuntase al Conservatorio de Danza. Ingresé en el Conservatorio y estuve cinco años estudiando Danza Española. La que era mi profesora de ballet clásico en el primer curso, Eva Leiva, me sugirió que fuese a la escuela de Araleo Moyano, la maestra por excelencia de ballet clásico en Córdoba. Ha habido varias, pero ella es la que ha sacado a muchos de mi generación. Valeriano Paños, por ejemplo, también ha pasado por ahí. Me apunté a esa academia a la vez que tomaba clases en el Conservatorio de Danza y ahí descubrí el ballet clásico. O sea, que esos primeros años de mi vida fueron la base para lo que luego he hecho en toda mi carrera.
¿Al ser de Córdoba, pesa mucho la tradición del flamenco?
El peso también puede ser algo positivo. Quiero decir, por supuesto que me marcó el haber estado en contacto con el flamenco. En mi familia mi padre es cantaor aficionado, nos gusta mucho el flamenco, el cante, la música. Creo que por esos primeros años, luego, cuando me he acercado al flamenco ya como coreógrafo y como intérprete, he tenido una visión mucho más cercana. Por ejemplo, mi experiencia con el Ballet Nacional con Electra, esa obra que era realmente un diálogo entre todas las disciplinas que yo he estudiado y que he generado en mi carrera, no hubiese sido igual si yo no hubiese tenido esa formación temprana en flamenco y danza española. Con Estévez y Paños me pasó lo mismo, colaboré con ellos después de haber estado en Ginebra y Lyon. Ahí empezó esa colaboración en la que deconstruimos la danza española y el flamenco. O sea, creo que para romper algo o para trascender algo lo tienes que haber mamado, lo tienes que haber vivido en tu propio cuerpo. Yo me siento súper orgulloso de esa tradición. Por supuesto que el flamenco, como todo arte, está viviendo un proceso de evolución, de transformación, de nuevos lenguajes, de nuevas escrituras, de nuevas colaboraciones, que a mí me encanta.
Su obra se caracteriza por una mezcla muy grande de disciplinas, desde arquitectura hasta filosofía. ¿Cómo ha asimilado y enlazado todo ese conocimiento?
Cuando hice mi primera coreografía en Ginebra en 2001, que se titulaba Un calvario y que era como un homenaje a la Semana Santa andaluza, los ginebrinos se quedaron un poco a cuadros con esa tradición y esa música. En ese primer acercamiento al arte coreográfico a mí me daba mucho miedo nominarme a mí mismo como coreógrafo, porque me parecía que los coreógrafos, por los grandes referentes que yo tenía, no eran simplemente artesanos del movimiento, sino personas muy cultas que albergaban en su conocimiento conceptos de arquitectura, de iluminación, de vestuario, de dramaturgia, de imagen, de estética... Me producía mucho respeto la palabra coreógrafo, por eso lo que he hecho durante toda mi carrera ha sido cultivarme, nutrirme de todas las artes. Por supuesto, he tenido personas que me han ayudado a acercarme a otras disciplinas, pero ya en el instituto sacaba matrículas de honor en las asignaturas humanistas. Siempre era muy bueno en eso porque creo que es algo que llevo innato, una manera de mirar el mundo siempre desde la belleza. El trabajar en compañías en el extranjero como el Ballet de Ginebra o el Ballet de Lyon y, por supuesto, la compañía Sasha Waltz & Guests, con la que he colaborado y colaboro en Berlín, me ha abierto muchísimo la mirada y me ha dado la oportunidad de trabajar al lado de artistas muy completos que me han inspirado. Imagínate, Berlín es como la cuna del arte, de la modernidad, de la vanguardia, pero una vanguardia siempre con muchísimo peso, atrevida pero sin querer ir a la tendencia, sino que hay una base de expresión cultural y de conocimiento muy potente. Yo he bebido de todo eso. Y todo eso pasado por el filtro de un niño que era muy inquieto y creativo desde pequeño es lo que ha dado lugar al Antonio de hoy.
Se fue de Córdoba muy joven, ¿cómo fue esa experiencia de salir de una ciudad de provincias al mundo?
Me fui con 16 años. Mi profesora Araleo llamó a mi madre un día y le dijo: Antonio se tiene que ir a Madrid. Para una madre y para un padre de Montalbán, con una conexión muy fuerte con la raíz, con la familia, con Córdoba, que su hijo se fuese a Madrid tan joven y a estudiar una profesión que, entre comillas, no es normal, era difícil. En ese momento mi sueño era convertirme en bailarín profesional porque había mamado y había estado en contacto con esa gente que me había inspirado, con esos profesores que tenía en Córdoba, con gente que todavía bailaba en ese momento. Yo lo tenía muy claro: me fui a Madrid sabiendo que iba a conseguirlo porque, además de la técnica, por suerte la naturaleza o los genes de mi madre me han dado unas condiciones físicas que no todos los chicos varones tenían ni tienen. Esa base técnica que me había dado Araleo y mis cualidades innatas me ayudaron a conseguir mi meta, que era bailar en el Ballet de Víctor Ullate. Para eso entré en su escuela y ahí me convertí en primer bailarín de la compañía. Digamos que esa fue mi primera incursión en el mundo profesional.
¿Cómo ve ahora mismo el panorama de la danza contemporánea en España?
Lo veo mal, pero no porque no haya talento, no porque no haya compañías o bailarines bien formados; lo veo mal desde la gestión, desde las instituciones. Creo que si no hay voluntad política o voluntad de gestión y un poco de entusiasmo, es imposible que hagamos más cosas en España con la danza contemporánea. Tenemos un país al lado, Francia, que tiene 23 centros coreográficos nacionales. Quiere decir que hay 23 direcciones de esos centros coreográficos y quiere decir que se está apostando por la danza en lugares que no solo son las capitales. Esa descentralización es la que se debería estar haciendo por parte del Gobierno central, del Ministerio de Cultura y más concretamente del Inaem. No me suelo quejar mucho porque soy una persona entusiasta, estoy muy agradecido y me siento un privilegiado de la posición que tengo, de los premios que he recibido, de los apoyos… Todo eso sigue ahí, pero tengo dentro una rabia y una frustración porque en España los coreógrafos y las compañías no tenemos posibilidad de crecer. Son proyectos siempre que ponen como aval el patrimonio del coreógrafo, de la coreógrafa. No tenemos unas redes interesantes de danza, centros coreográficos, no tenemos un centro de difusión de la danza como se prometió que se iba a hacer y no se ha hecho. Entonces, también se prometen cosas que de repente nos ilusionan al sector, pero luego ¿qué pasa? Cambia la persona, ese proyecto ya no le interesa por lo que sea, por un interés político o por un desinterés político, y esos proyectos se quedan en el cajón. Y a las generaciones que seguimos apostando y creyendo que en España se pueden hacer cosas, esto nos desilusiona mucho, es una decepción constante. Yo no voy a parar porque es lo que sé hacer y porque creo que tengo una responsabilidad con la sociedad como coreógrafo y como hacedor de danza. La danza no es solo un arte bonito que está en el escenario. La danza es terapia, la danza conecta unas personas con otras, habla de diversidad, de integración, de belleza, de poesía… Y todo eso tiene que estar en la sociedad.
¿Ha tenido que renunciar a ciertas cosas por llegar donde ha llegado?
Claro, lo hago a diario. Con mis amigos, por ejemplo, cuando me dicen si quiero ir a tal sitio y les digo que no puedo porque estoy ensayando. Te pierdes muchas cosas sociales, te pierdes muchos viajes de ocio. Yo viajo mucho, pero casi siempre por trabajo. Lo que pasa es que luego intento mezclar ese viaje de trabajo y quedarme más tiempo. Desde pequeño he tenido que renunciar a muchísimas cosas, a muchos juegos... Lo que pasa es que es una renuncia entre comillas, porque lo que yo estoy haciendo en mi sala de ensayo es disfrutar, es mi pasión. Por eso digo que me siento un privilegiado por poderme levantar cada día y dedicarme a lo que más me gusta, que es el arte, la danza.
¿Suele venir mucho a Córdoba?
Suelo venir bastante porque la familia para mí es algo muy importante en mi vida y, además, he venido a presentar casi todas mis obras. He venido desde 2009, gracias a una persona que nos ha dejado hace poco, Juan Carlos Limia, al que le debo todo en Córdoba porque es la persona que ha confiado en mí desde el principio sabiendo que esta es una ciudad que en danza contemporánea todavía no tiene un público muy establecido y cuesta un poco más. Aún así, él confió en mí, me apoyó y un mes antes de fallecer tuvimos una conversación sobre proyectos futuros en Córdoba. La propia obra Pharsalia estuvo en el Gran Teatro gracias a él. Entonces, le debo mucho Juan Carlos Limia y espero que, aunque sea desde el cielo, nos siga mirando y apoyando.
¿Sigue teniendo contacto con profesionales del Conservatorio de Danza?
Sí, tenemos un grupo donde siempre compartimos cosas. Son gente que me ha visto crecer desde muy pequeñito, que ha visto también todas las etapas de mi carrera y que ahora está apoyándome mucho. Hay muchísimo cariño, mucho respeto. La propia Lucía, la directora del conservatorio, es una persona maravillosa que siempre inculca a sus alumnos que tienen que ver todo tipo de estilos. Sí, sigo en contacto con ellos y les tengo mucho cariño. De hecho, voy a intentar hacer más cosas con el Conservatorio cuando esté aquí.
Ahora mismo hay varias figuras cordobesas de la danza cosechando muchos éxitos, pero todos estáis fuera. ¿Es complicado tener aquí una base?
Sí, yo creo que es complicado. No sé si será imposible, pero desde fuera al final es más fácil tener contacto con los teatros que hay en otras ciudades. Por otro lado, aquí habrá menos intérpretes. Pero bueno, yo creo que es cuestión de seguir apostando, quizá proponer proyectos nuevos y que la ciudad se sume a alguna red nacional. Yo he intentado siempre llevar el nombre de Córdoba por el mundo a través de la danza. Creo que es muy importante que se conozca a Córdoba no solo por la Mezquita, Medina Azahara y los Patios, sino porque hay artistas que se dedican a otras disciplinas contemporáneas actuales que también tienen un recorrido y una trayectoria.
ÁNGELA ALBA- 12 Marzo, 2023 - El bailarín y coreógrafo Antonio Ruz. / JUAN AYALA
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