MANOLO GARCÍA
ENTREVISTA A MANOLO GARCÍA
Manolo García: “La sonrisa del público compensa todo el trabajo de un concierto”
Málaga, Jaén y Huelva han recibido ya la visita del cantante en su nueva gira, que recorrerá (la próxima es Cádiz) todas las provincias andaluzas y prácticamente todo el país hasta diciembre para presentar sus últimos dos discos, Mi vida en Marte y Desatinos Desplumados
Nadie se haría rico si, como en el Un, dos, tres, los concursantes tuvieran que decir, por 25 pesetas cada uno (o mil euros, tanto da) nombres de artistas que fueron número uno en ventas en 1985 y lo hayan sido en 2022. “Como por ejemplo, Manolo García. Un, dos tres, responda otra vez”, diría la presentadora. “Manolo García”, respondería el sagaz concursante, y luego se haría el silencio porque no hay nadie más. Manolo fue primero con El Último y lo ha seguido siendo una y otra vez con cada uno de sus 9 discos en solitario. Ni el Motomami de Rosalía le ha aguantado al tipo a un cantautor que, a sus sesenta y tantos, sigue viviendo, aunque ya no haya palomas ni fábrica de gas, en su barrio de siempre. Que aún prefiere el trapecio al sofá y que sigue yendo al revés de un mundo que se está volviendo “un poco loco”. No usa Internet, no tiene Whatsapp y sería feliz con un cayao y un hatillo paseando cencerros por el campo. Lo que pasa es que la cabra tira al monte, nunca mejor dicho, y hace más de cuarenta años optó por dedicarse a la música. A ganarse la vida, quién pudiera, haciendo que la gente olvide por un rato sus problemas cuando se planta en el escenario. Algo tendrá el hombre cuando sus seguidores, que son legión, agotan las entradas de cada uno de los conciertos (más de treinta hasta diciembre, nueve de ellos en Andalucía) de la gira de presentación de su nuevo trabajo: nada menos que dos nuevos discos -dos de golpe, sí- con los que compensa con creces un silencio que se ha alargado más de la cuenta por culpa de la pandemia. Del dichoso virus, de la gira, de sus nuevos discos, de la magia y de la música habla Manolo García en esta pequeña charla en la que también pone sobre la mesa su sencilla y particular forma de ver el mundo, esa misma que hace que escucharlo, sea en una canción, en un concierto o en una entrevista, tenga siempre cierto halo terapéutico, de los de reconciliarse uno consigo mismo y prometerse cosas. El efecto dura poco, lástima, pero aún así merece la pena recibir de cuando en cuando ese golpe de lucidez que te regala Manolo como si nada. Como quien da un refresco.
¿Cómo está marchando la gira? Casi tres años sin pisar un escenario es mucho tiempo.
De momento va muy bien. Estamos muy contentos, creo que, por un lado, por las ganas que tenía el público de salir de todo este bacalao de la pandemia, las mascarillas y demás. Después de todo, somos los animalicos que somos, y lo que queremos es rollo. Queremos disfrutar. También los músicos y las bandas teníamos muchas ganas. Personalmente me siento muy bien cuando salgo al escenario y veo a la gente contenta, sonriente y olvidándose por unas horas de todo este destemple mundial. Del acoso al que se nos somete todos los días con tantas malas noticias, tantos problemas, lo caro que esta todo… ¡qué agobio! Necesitamos un poco de Rock and Roll, por Dios.
El sector de la música en directo lo ha pasado muy mal.
Sí, muchísimo. Los técnicos, los músicos y todos los que forman el engranaje que mueve cualquier concierto han sufrido mucho todo esto. Ha habido mucha gente, también músicos, que han tenido que dejar el oficio, que han abandonado porque no han podido soportarlo, y es muy triste. Es verdad que se ha pasado tan mal como en otros sectores, pero en medio de este desaguisado general sí que ha podido haber algo más de ayuda para ellos.
Regresas con dos discos y una gira ¿De qué tenías más ganas?
Son dos cosas muy distintas. Se van complementando. Hacer un disco es muy bonito, es algo que se construye muy hacia adentro. El estudio tiene un punto mágico porque de la nada, quizas de un borrador, de una pequeña idea, a veces muy escueta, puedes tener en unas pocas horas algo parecido a una canción. Tiene la magia de la creación, mientras que el directo tiene la de la inmediatez y la alegría. El público escucha unas notas de una de tus canciones, la reconoce, salta como un resorte… Eso también es increíble. A mí me gustan las dos cosas. Si he de serte sincero, este año, que me he tirado al ruedo en pleno verano después de unas cuantas giras más otoñales, la verdad es que a veces se hace durete. No ya para mí , que al fin y al cabo llego a mesa y mantel, con casi todo hecho, pero para el resto… Este calor hace que a veces sea muy duro. Como lo es para un conductor de autobús o para una enfermera o un albañil, ¿eh? Va con el oficio, pero hay que acordarse también de eso, de lo duro que es. Luego, claro, todo ese trabajo compensa. La sonrisa del público, el aplauso… Satisface mucho. Si no fuera así no lo haría. Disfruto mucho el contacto con el público, y creo que se me nota. La carretera me brinda la posibilidad de empatizar con personas que no conozco pero que de alguna manera son familia, amigos, gente cercana a mí porque gozan de la música igual que yo. Son cosas que tengo muy presentes y que valoro y agradezco mucho, como las horas y horas haciendo cola, con un calor horrible, y yo qué sé, trato de responderles, de agradecérselo como buenamente puedo.
En esta gira das nueve conciertos en Andalucía. No dejas ninguna provincia por visitar. Hay una querencia ahí, ¿no?
Antes, hasta no hace mucho, me gustaba ser como el vendedor de biblias aquel, que iba de puerta en puerta. Quería estar en todos lados. Luego me fui dando cuenta de que no siempre se puede, pero aún intento hacer conciertos en cuantos más sitios, mejor. Aprovecho para visitar un museo, ver un paisaje o quedar con algún amigo y también por la curiosidad de observar y experimentar con las diferencias enormes que hay entre unos sitios y otros. En todos los conciertos hay un nexo común, desde luego, que es el gusto por la música popular, pero luego cada lugar, cada público, es distinto. El otro día en Huelva, por ejemplo, hice hincapié en que la gente estaba muy sonriente. Lo dije varias veces. Me llamó mucho la atención -además de agradarme, claro- porque es muy curioso cómo en cada sitio se muestran las emociones de una forma diferente. A mí me gusta experimentar esos cambios, ver la respuesta del público en cada sitio, con cada canción. Me gusta ir a todas partes, pero es verdad que en Andalucía me siento muy bien. ¿Mejor que, por ejemplo, en Bilbao? Por supuesto que no, pero hay algo especial cuando suelto un pellizco, lo que humildemente puedo, o cuando suena una guitarra española... No sé, parece que estamos más cerca.
Hay muchas referencias a ciudades o paisajes andaluces en los dos nuevos discos...
Es un cúmulo de cosas. Yo nací en un lugar, soy catalán de Barcelona, pero procedo de otro, y hay algo ahí que me atrae siempre a algunos sitios de forma repetida. Vivo muy bien en todas partes. Voy al País Vasco, o a Asturias, y me emborracho de verde, de paisajes increíbles, de naturaleza… pero hay sitios que siento más míos, más cercanos. Vengo de un lugar que está a tiro de piedra de dos provincias andaluzas, Jaén y Granada, y bueno… me hago una empanada mental con todo y mezclo historias de reinos de taifas, de caminos de fronteras, de gente que aún vive en ese territorio entre Andalucía y Castilla… Cuando escribo de Granada o de Andalucía, tiene ese por qué mío particular.
Los dos discos son muy diferentes. Mi vida en Marte es más rockero, más eléctrico, y Desatinos desplumados suena más acústico, algo más flamenco…
Estábamos hablando ya de fechas de salida y esas cosas para Mi vida en Marte y me dio por ponerme a trabajar de nuevo porque quería decir algo más, y además decirlo de otro modo. Y bueno... saqué un disco entero. Yo no diría flamenco, que son palabras mayores. En Desatinos hago mis amagos, me dejo llevar con mi minúsculo y humilde quejío. Me anima haber oído tantísimo a Triana y a otros grupos andaluces que en realidad no es que cantaran flamenco, sino que hacían pop-rock con ese toque de mestizaje, con una impronta muy de aquí y que siempre he sentido muy mía. Ten en cuenta que mi generación se crió con la música española, con la copla, y que esa fue nuestra banda sonora hasta que irrumpieron con una fuerza demodelora el rock y el pop. Pero a la vez empecé a darme cuenta de que, de la misma forma que flipaba con los Beatles, veía que se abrían paso bandas como los Smash, que eran andaluces de Sevilla casi todos, o escuchaba a Lole y Manuel, cómo maridaban guitarras eléctricas con españolas, mezclando músicas a priori tan distintas. Me engancharon para siempre. Pero también me gustan el rock mesetario, y el rock radical vasco, y la salsa catalana, o la rumba de Vallecas y la del barrio de Gracia de Barcelona. A mí lo que me gusta es la música. En este disco es verdad que me destenso un poco la voz, y a veces la quiebro, me pongo más rumboso. A mi manera, y con mis textos, con toda la humildad y buscando siempre la emoción. Lo que los americanos llaman soul. Alma.
Hablando de alma, ¿también pensabas que la pandemia nos haría mejores personas?
No, la verdad es que no. La esencia humana es la que es. Y llevamos no sé cuántos miles, o millones, de años de la misma manera. O incluso peor. Así que ya intuía que en cuanto abrieran las compuertas volveríamos a las andadas. Y con renovados ímpetus. Somos así, aunque habría que llamar un poquito a la moderación, a la tranquilidad. Con todo el cariño, ¿eh? Oye, paremos un poco. Reflexionemos sobre esa necesidad de correr tanto y crecer con tanta prisa, porque de tanto crecer podemos perder la raíz, y sin raíz no somos nada. Vivir de espaldas a la naturaleza no es bueno. Vivir completamente enfocados en una carrera desenfrenada hacia el consumo, la verdad, no creo que nos haga felices, y además nos debilita como seres humanos, como sociedad. Debilitamos la cadena de tanto tensarla, y nos olvidamos de que todos formamos parte de ella, de que somos pequeños eslavoncitos. No nos vino mal un poco de tranquilidad, y aunque sé que es un pensamiento un poco utópico, ojalá llegue el día, y que no venga por imposición o por una situación insostenible, sino como consecuencia de una reflexión, en que digamos: alto, no hay que correr tanto. La vida es algo más sencillo que todo esto y no es posible atender a 300 o a 1.000 amigos en no sé qué página. Ojalá nos demos todos cuenta de que es mejor estar aquí, con los 3 o 4 amigos del barrio, y que charlar y tomar una cerveza con ellos ya es un logro maravilloso. De que igual tener 300 amigos resulta demasiado agotador y no nos da la felicidad que intentan vendernos.
Cada vez más gente acude a terapia para desintoxicarse de las redes sociales.
Yo he procurado no intoxicarme nunca. Ni con internet ni con nada. Una cervecita o un vinito, y para casa. He tenido siempre una vida bastante moderada, muy espartana. Entiendo que no hace falta tanto, y creo que lo contrario es caer en el engaño. Nos hacen creer que necesitamos muchas cosas cuando en realidad nos hace falta muy poco: comer, beber, dormir, respirar, un chambao para vivir… y poco más. Si vas acumulando querencias o necesidades impostadas lo que haces es acumular nervios, tensión, malestar. Y así estamos todos, un poquito girados. Cuando tienes pocas necesidades, encuentras más tiempo para atenderlas mejor. Cuidao, ¿eh? Que no pontifico de nada. Yo no tengo ni idea de nada. ¡Estoy aún intentando aprender cómo llevarme bien conmigo mismo!
Pero durante el confinamiento todos hablábamos de eso, de que lo importante no era lo material...
Duró poco porque es la cultura imperante. Fíjate: desde chavales, en las universidades y en los institutos, te preparan para lanzarte a un mundo en el que te dicen que hay que competir. Toma ya. La cosa se pone dura desde el principio: eres un niño y te preparan para salir a la arena a luchar contra otros gladiadores. Es una cultura abrasiva. Las religiones han perdido terreno y ahora el dios imperante es el dinero. Y oye, nuestros dioses de antes al menos decían cosas estupendas. El dinero solo nos dice: “machaca a quien sea por mí. Lo importante soy yo”. Es una suplantación. Veinte siglos de civilización cristiana, miles de años de enseñanzas de la filosofía griega, de estudios, de pensamiento y ciencia, y desde la revolución industrial estamos inmersos en una debacle extraña. Y encima nos lo venden como que todo es estupendo y que no hay alternativa. Pero ese camino está llevando al sufrimiento a mucha gente, a millones de personas. Pides con tu artilugio electrónico algo que necesitas y te lo mandan al día siguiente desde Los Ángeles o Hong Kong y no te das cuenta de que te estás cargando la tienda de al lado, la de tu calle, donde comprabas antes la colonia o las zapatillas. La norma que hemos aceptado es que el más espabilao es el que gana, y que los demás, los que no puedan… bueno, que se aguanten. Pero la cosa es que ‘los demás’ somos casi todos. Somos nosotros.
PACO MUÑOZ - 24 Julio, 2022 - Manolo García
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