ANTONIO MONDEJAR
ENTREVISTA A
ANTONIO MONDEJAR
«Todavía sueño con el baile»
Bailó con las mejores de la época, Concha Piquer y Lola Flores incluidas. Y un día cogió la maleta para montar una academia en Londres. Ésta es la historia de un artista de una España en color sepia
EL señor que desciende las escaleras con dificultad es el penúltimo representante de un mundo en extinción. Bailaba cuando los hombres que bailaban eran sujetos sospechosos y acompañó a las figuras rutilantes del momento: Concha Piquer, Marifé de Triana, Juanita Reina, Lola Flores. Su vida es un trozo de historia en blanco y negro, el color de una época que se sostiene en la memoria de toda una generación. Las piernas que le han dado lo mejor de su vida hoy apenas si logran trasladarlo desde la primera planta de la Casa de las Campanas, donde habita desde hace ya una década.
Dígame un sueño.
Yo sueño continuamente con lo mismo. El baile ha sido siempre mi sueño. No pretendo riquezas. Sólo agradezco que la gente admire mi arte. Y ya está.
Antonio Mondéjar (Córdoba, 1937) nació en el popular barrio del Pozanco. Desde crío se sintió atraído por el baile y fue su madre quien lo llevó a la academia de María Mansilla «La Bolera», una de las escasísimas profesoras de danza durante aquellos años. Por su memoria desfilan retazos de una Córdoba hoy ya desaparecida. «Yo ya bailaba cuando hice la Primera Comunión. En la academia empecé a bailar sevillanas, el Vito, las manchegas y cosas regionales por el estilo. En aquellos años, había una peña, llamada Los Birundis, que ponía una caseta en la Feria con decorados de mampostería y reproducían a tamaño natural la Huerta de los Arcos o la Fuenseca. Teníamos al escultor Amadeo Ruiz Olmos como socio de honor», rememora.
Poco después, se fue a Sevilla, a la academia de Realito, maestro de Antonio El Bailarín. Y allí modeló su vocación de artista durante cinco o seis años. «Realito se portó muy bien conmigo. Fue él quien me examinó para obtener el carné de artista. Entonces no era como ahora. Tenías que tener el carné de artista para trabajar en las compañías de España». Su padre no era muy partidario de los derroteros profesionales de su hijo y con 16 años opositó al BBV y regresó a Córdoba. Logró, eso sí, compatibilizar su trabajo en el banco con dar clases de baile junto a la guitarrista Pepita Morales. Hasta que contactó con Luisa Pericet, directora de una exitosa compañía de danza que daba cobertura a los espectáculos de Juanita Reina o Concha Piquer. Para ir a Madrid, tenía que solicitar permisos especiales, con algunas justificaciones muy poco justificadas. «Yo maté a media familia mía: cuando no se había muerto mi abuelo, se había muerto mi abuela. Y así, en ese plan, estuve mucho tiempo», comenta con indisimulable socarronería.
Con Pericet trabajó durante años y con ella tuvo la oportunidad de conocer de cerca a lo más granado del mundo artístico del momento. «Lola Flores fue algo maravilloso. Un mito. Igual que Antonio el Bailarín, con quien no trabajé, pero que fue muy amigo mío. Yo iba a Madrid a verlo a sus ensayos y él, cada vez que venía a Córdoba, me llamaba», recuerda. Con 24 años, su vida dio un vuelco brusco. Conoció a la institutriz de González Byas en Jerez, una inglesa muy vinculada con el flamenco, que lo convenció para que emigrara a Londres. «Pedí la excedencia en el banco y me fui. Allí monté una academia, con mucho éxito, y finalmente un restaurante donde organizaba espectáculos cada noche. Contraté a las mejores. Llevé a Marifé, a Lola Flores, a Machín, a Emilio el Moro, a Jaime Morey o a Fosforito, de quien sigo siendo un gran amigo».
Veinte años en Londres
En Londres residió durante 20 años. Su negocio, «Los andaluces», brilló como uno de los establecimientos de música española más genuinos de la capital británica. «Había mucha afición al flamenco y yo me llevaba muy bien con los ingleses. Pero estaba solo allí y decidí volverme». Regresó en 1980. Y se dedicó a lo único que sabe hacer: enseñar a bailar y montar espectáculos de danza. Desde entonces, no ha parado de formar a nuevos bailaores. «Me fue muy bien. He sacado a buenos alumnos, algunos de los cuales han estado en el Ballet Nacional, como Jesús Córdoba o Luis Romero». Pese a su precaria salud, sigue dando clases y soñando cada noche con la danza.
¿Qué le ha dado el baile?
A mí me ha dado mucha satisfacción, ¿usted comprende? Cada vez que monto algo y me sale bien yo disfruto. Es una cosa que no se puede explicar.
En los 50, un hombre bailarín era un señor sospechoso.
Era tremendo. Y tocar las castañuelas, no le digo. Decían que si eran homosexuales y los chavales cogían complejos y no querían bailar.
Usted superó eso.
Yo lo superé. Quien no quería que bailara era mi padre. Era muy clásico. Él estaba con lo del banco y punto. Lo raro es que cuando se iba a los peroles se pegaba su pataíta por bulerías y terminaba de rodillas en el suelo.
¿Qué se aprende viajando?
Experiencia. No vas de novato a los sitios, sino con conocimiento de causa. Sabes defenderte un poquito más.
Foto entre algodones
¿Qué foto guarda entre algodones?
La del maestro Solano. Es un hombre que se portó muy bien conmigo. Colocaba alumnos míos en Madrid y sabía que el que yo recomendaba no hacía el ridículo.
Un cordobés en Londres debe ser algo así como una planta fuera de tiesto.
Yo me adapté bien. Son gente distinta, pero les gusta el flamenco.
¿Qué Córdoba queda hoy día de su infancia?
Todo no se ha perdido. Ahora hay muchos patios pero no tienen el sabor antiguo. Y claro: dinero no hay. Aquí llevo diez años. El Ministerio nos promete mucho. Vienen a estudiar con mucho misterio y muchos compases, pero luego nada.
¿Qué se aprende con los años?
A estar conforme con lo que haces.
¿Ha llegado donde ha querido?
No he sido ambicioso nunca. Lo he hecho sin pretender nada. Eso sí: voy por la calle y todo el mundo me saluda. Pero yo no he ido nunca buscando cargos. Me conformo con lo que tengo y doy gracias a Dios que me ha dado una vida tranquila.
¿Qué es más útil: la memoria o el olvido?
La memoria es más importante. Pero el olvido es bueno para olvidar los malos ratos que hayas pasado.
¿Qué le queda por hacer?
Ya me parece que nada.
¿Qué cambiaría de su biografía?
Nada. Cuando haces las cosas con la verdad por delante no tienes nada que cambiar. Te queda esa conciencia tranquila interior y estar orgulloso de tu propio trabajo.
La Casa de las Campanas mantiene la atmósfera de una vida de otro tiempo. Un frondoso jardín, que acoge desde hace años coreografías de don Antonio Mondéjar, y un viejo palacio reconvertido en casa de vecinos. De aquel rutilante fulgor aún quedan algunas señales inequívocas. Como el arco labrado con motivos arabescos o las columnas romanas que sostienen el desconchado porche de entrada. Ayudado por una vecina, el maestro Mondéjar ha tomado asiento en una butaca de plástico. Pero ya es hora de poner punto final a esta inmersión en una España que sólo habita en el recuerdo de algunos.
Muchas gracias, don Antonio
A
ustedes, por acordarse de mí.
POR ARIS MORENO / córdoba. Día 26/06/2011 - .Con su inseparable bastón, en el patio principal de la Casa de las Campanas BAILAOR Y COREÓGRAFO
http://cordoba.abc.es/20110626/cordoba/abcp-antonio-mondejar-todavia-sueno-20110626.html
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