PERICÓN DE CÁDIZ
JUAN MARTÍNEZ VILCHEZ, Cantaor Payo, más conocido en el mundo del cante flamenco con el nombre artístico de PERICÓN DE CÁDIZ, nació en Cádiz en el año de 1.901, y murió en Cádiz en el año de 1.980. En 1.936 se presento al concurso celebrado en el Circo Price de Madrid, ganando el premio de Soleares y Siguiriyas, dotado con mil pesetas. Se dedico también a cantar en fiestas y reuniones, hasta que firmo un contrato para actuar en el tablao Zambra, durante un mes con motivo de su inauguración, pero se extendió hasta un total de trece años, con este Tablao hace giras por todo el mundo.
Pericón con su cante sin igual,
es para nuestra historia del flamenco
uno de los más grandes maestros,
que no se han podido igualar.
Todos los cantes de su tierra de Cádiz,
supo darle tanta grandeza y compás
que no hay nadie que se le pueda comparar,
a su arte, pureza, estilo y compás.
Gano en 1.948 el premio de siguiriyas del concurso Nacional de Arte Jondo, que tuvo lugar en el Monumental Cinema de Madrid. En 1.976 la cátedra de flamencología y estudios folklóricos Andaluces, le concede el premio nacional a la maestría, sus primeras grabaciones discográficas datan de los años cuarenta, destacándose las que realizo para la histórica antología de la firma Hispavox. En 1.969 organizado por el Ayuntamiento de Cádiz y la tertulia flamenca de la Cadena Ser, se le tributo un homenaje en el teatro municipal José María Pemán, cuyos fondos fueron destinados a los niños subnormales. Se le descubrió una lapida en la casa donde nació, en la calle Vea Murguia 5. Y al cumplirse un año de su muerte, por acuerdo municipal, se le rotulo una calle en el Barrio de la Viña con su nombre, de su Cádiz natal. A dominado todos los cantes gaditanos con mucha perfección.
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La voz de Pericón recobra vida
Ediciones Barataria reedita 'Las mil y
una historias de Pericón de Cádiz', el libro de conversaciones con el cantaor
recopiladas por José Luis Ortiz Nuevo del que en estas páginas se recogen dos
extractos
Fue a mediados de los años setenta del pasado siglo cuando un joven José Luis
Ortiz Nuevo (Archidona, 1948), estudiante de Ciencias Políticas en Madrid, trabó
conocimiento con un cantaor que ya por entonces se encontraba jubilado y,
además, con pensión, quizás uno de los primeros artistas flamencos en
disfrutarla. Era Juan Martínez Vílchez Pericón de Cádiz (Cádiz, 1901-1980) y de
él y de su habilidad narrativa había escuchado hablar tanto a Enrique Morente
como a Pepe de la Matrona, los dos trabajando en Zambra en esos años. Con el
segundo de estos ya había elaborado un libro de conversaciones que habría de ser
el primero de una serie de cinco, aunque se editara de forma casi simultánea con
el segundo, el dedicado al artista gaditano, en el año 1975. Con posterioridad
verían la luz los protagonizados por Tío Borrico, Tía Anica La Periñaca y
Enrique El Cojo. Ortiz Nuevo consiguió una beca (15.000 ptas. de las de
entonces) del Instituto de Cultura Hispánica, un magnetófono que le cedió el
Centro de Cultura Andaluza del mismo organismo, y se plantó en la casa del
barrio de Carabanchel madrileño donde Pericón vivía con su esposa Rosario. Dos o
tres veces por semana durante tres o cuatro meses los visitaba a la hora de
merendar. "Primero era el café y las galletas, y ya luego caían los güisquicitos
-cuenta José Luis-. Lo recuerdo como un ensueño. Rosario también participaba y
era todo muy divertido". El hecho de que su mujer tomara parte de la
conversación, corroborando o corrigiendo detalles de las historias, puede que
ponga en cuestión la tan traída fama de rey de los embustes, que tanto se le ha
atribuido al cantaor. Sobre el particular, el autor piensa que "efectivamente, y
al contrario de lo que se piensa, en la historia de Pericón existe un punto de
partida de realismo muy fuerte, casi trágico. Es -añade- como la clave de una
estructura que parte de una situación real, normalmente de hambre". A ello hay
que añadir el ingenio gaditano, del que el cantaor fue genuino representante.
Para Ortiz Nuevo, "el fundador de todo esto, después quizás de Argantonio, fue
Ezpeleta. Él es el maestro que inventa el género y Pericón le rinde culto, es un
discípulo fiel. Cuenta que de niño iban a escucharle y en el libro le dedica
varias historias". El autor de Las mil y una historias de Pericón de Cádiz
piensa que la clave de este ingenio radica en "el chispazo de la inventiva, de
resolver cualquier cosa en un instante". Y pone como ejemplo la conocida letra
de las alegrías "Y que las hambres las vamos a sentir/ mire usted que gracia…".
"Es la resolución del dolor del problema por medio del ingenio". Según Ortiz
Nuevo, el valor del discurso de Pericón estriba en que es más literario que, por
ejemplo, el de Beni de Cádiz, que tendría su fuerza más en el aspecto oral e
interpretativo. "Coges cualquier relato de Pericón, lo escribes, y sigue
teniendo gracia", concluye.
Extractos cedidos por Ediciones Barataria:
¡Ay, qué gracia! Había dos o tres gitanos del barrio Santa María que abrieron en
la carretera, cerca de Puerta Tierra, un establecimiento que se llamaba Cante
Jondo, y ca' vez que pasaba un coche con gente de juerga se asomaban ellos a la
puerta y empezaban a dar vosinasos: ¡Cante jondo, cante jondo! Como diciendo:
"venir p'acá que vais a ver lo que no s'ha visto en España". Y a propósito del
Cante Jondo, me acuerdo de una señora sevillana, vendeora de alhajas, con
dinero, una mujer ya con cuarenta y pico años, enamorá perdía de mí, loquita
perdía por mis veinte años… Y a esta señora le gustaba la gracia, porque le
gustaba la gracia, ella no quería na' más que cosas de gracia, no lo podía
remediar... y una de las veces que fue a Cádiz me dice: Pericón, yo quiero ver
una cosa de mucha gracia. Digo:
Pues mira, vamos a ir al Cante Jondo y tú verás allí la gracia. Total, que fui,
andé mis pasos al Cante Jondo, hablé con uno de los dueños y le dije: Mira, hay
una señora de Sevilla que quiere ver bailar y oír cantar, pero que sean cosas de
gracia verdá, tú ya sabes... y luego nos preparas cuatro o cinco conejos con
arroz. Y efectivamente, veo a Carmen -que se llamaba Carmen- y le digo: Ya está
eso arreglao, Carmen, el sábado se hace lo de la gracia. Y el sábado a las diez
y media nos presentamos Carmen y yo en el Cante Jondo, entramos y allí no había
más que vino por toas partes, las estanterías llenas de botellas de vino blanco
y dos barriles grandes llenos también. Nos metemos en el cuarto y le digo al
dueño: Bueno, llama a los artistas. Y los artistas no veas, siete u ocho
gitanillos del barrio, el uno bailaba, el otro cantaba... en fin, que se
organiza la fiesta y Carmen encantá, venga a ver bailar, oír cantar y beber.
Hasta que ya dije yo: Bueno, llegó la hora de comernos los conejos con arroz.
Hago palmas, viene el dueño con la olla, la pone encima la mesa, to' preparaos
pa' meterle mano a los conejos y el dueño que dice: A ver si les gustan a
ustedes los conejos. Digo: Vamos allá hombre, que estamos esmayaos. Y no acabé
de decirlo cuando el hijo de la gran puta abre la olla, levanta la tapaera y
salen corriendo dos gatos, dos gatos vivos locos perdíos por estar allí dentro.
Y a Carmen viéndosele la muela del juicio de las carcajás que daba: ¡Ay qué
gracia Pericón, ay qué gracia! Y yo: -¿Qué gracia tiene esto, Carmen? Yo no le
veo la gracia. Y ella venga a reírse, venga a reírse, pero yo de reírme na',
porque claro, estaba esmayao y lo que quería era comer. Vaya con la gracia.
¡Adiós cagón!
Una vez vino a Cádiz uno de Málaga, un viejo ya con cincuenta y pico de años y
puso un establecimiento de quincalla y cosas d'esas en el barrio Santa María. Y
lo que pasa, entró un día a comprar una gitanilla con dieciocho o veinte años y
s'enamoró d'ella, y tan enamorao, tan enamorao estaba d'ella que se casó, se
casaron los dos; ella con dieciocho y tan primorosa y él con cincuenta y pico y
tan viejo. Y claro, él estaba loquito con ella y to' lo que le pedía, to' lo que
le pedía se lo compraba, no le faltaba de na'. ¡Ay, Manolito, he visto unas
pulseras! Y a las dos horas tenía las pulseras. ¡Ay, Manolito, he visto unos
pendientes! Y a las dos horas tenía los pendientes. Pero viene la vida y le
entra a este hombre una enfermeá y ca' cinco minutos le decía a la gitana: ¡Ay!
Lolita, hija mía, tráeme la escupiera. Y esta gitana, con sus dieciocho o veinte
años, tener que meterle la escupiera en la cama y este hombre rilándose de una
manera atroz... ¡Ay! Ya, hija mía, ya. Cogía la escupiera la porecita tapándose
la nariz, y a los cinco o diez minutos, otra vez: ¡Ay! Lolita, hija, la
escupiera. Y otra vez Manolito allá va: buuuuuuu... Y así se llevó el pobre
cuatro o cinco días hasta que murió, deshidratao completamente, cagando to' los
días veinte o treinta veces. Y lo que pasa, la gente en el velatorio y esta
pobre mujer haciendo que lo quería mucho: ¡Ay mi Manolo de mi arma, qué muerte
ha tenío! Y llega la hora del entierro y esta gitana que se vuelve como loca:
¡Dejarme, dejarme, que me quiero despedir de mi Manolo! Y los gitanos: Si ya no
hay remedio. Y la gitana: ¡Dejarme que me despida de mi Manolo! Hasta que ya uno
dijo: Dejarla, hombre, dejarla que se despida. Y ya iba el coche andando por el
Campo del Sur, cuando se abre el balcón de la casa, s'asoma esta gitana como
loca y dice:
¡ADIÓS, CAAGÓN!
Y no veas la que se armó. La pobre...
Fermín Lobatón | Actualizado 17.11.2008. Fotografía de archivo en la que se
puede ver a Pericón de Cádiz y a un joven Paco de Lucía
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Acompañado por Félix de Utrera |
Homenaje a Pericón de Cádiz |
Autor: José María Ruiz Fuentes |
El Arte de Vivir el Flamenco © 2003 |