SUSO MARIATEGUI
SUSO MARIATEGUI, tenor mundialmente conocido y muy querido por Alfredo Kraus admiraba el lied alemán. Su pasión por el lenguaje le llevó al mundo del lied, a La bella molinera, de Schubert. Más conocido en la historia del arte de la bella música por su propio nombre artístico de SUSO MARIATEGUI, nació en Gran Canaria en el año de 1941, y murió en Madrid de un infarto el día 21 de mayo de 2010,
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Había nacido en Gran Canaria, como Kraus, su maestro y amigo. Allí estudió
Derecho y Música. En Viena perfeccionó el canto y la interpretación. Tuvo de
consejero y maestro durante varios años a Anton Dermota, una leyenda del canto.
En 1971 debutó en una ópera representada. Fue en Salzburgo, en el personaje de
Tamino, de La flauta mágica, de Mozart.
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A lo largo de muchos años alternó Donizetti con Schumann. Y sentó cátedra en dos
papeles aparentemente menores: El Inocente de Boris Godunov, de Musorgski, y el
cantante italiano de El caballero de la rosa, de Strauss. Hace cinco años
escribí una reseña en este periódico de un recital suyo en Los Llanos de
Aridane, en la isla de La Palma. Era un recorrido de Monteverdi a los Beatles,
con parada y fonda en Pergolesi, Guastavino, Girastera, Fauré, Mozart y
Schubert. Había en la sala un público mayoritariamente alemán: receptivo,
entendido, entusiasta.
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Se había apoderado de Suso un concepto didáctico de la existencia. En los
recitales, en las clases, en sus libros. En La jungla de la ópera conseguía ir
más allá aún que en sus 106 reflexiones sobre la voz y el canto. En realidad,
los dos libros son un compendio de su experiencia profesional, alrededor de
temas como la relación entre maestro y alumno, la respiración, las diferencias
entre voz hablada y cantada, el arte de comunicar, la afinación, la técnica, los
médicos y enfermedades vocales, la humildad del buen cantante, el minuto antes
de salir a escena o la visión histórica de una manera de hacer la ópera que
mucho me temo que no volverá a repetirse en el futuro.
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Vivía con
el pianista Edelmiro Arnaltes. Hacían música juntos, compartían el paso de los
días. A Suso le gustaba cocinar. A la alemana, preferentemente, con las
salchichas acompañadas de una deliciosa kartoffelsalat. Y los dulces, una
tentación inevitable. Suso era generoso, divertido, lúcido, dialogador, buena
persona.
En la última cena que compartimos, me regaló un DVD de Norma. Paradojas de la vida. Horas después de escuchar esta ópera en el Teatro Real me llegó el mazazo de su fallecimiento. Dudo que vuelva a escuchar esta ópera en mucho tiempo. O quizás sí. Pensando en él. Como un último homenaje de una amistad cortada de raíz.
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recopilación de José Maria Ruiz Fuentes, |
El Arte de Vivir el Flamenco © 2003 |