CELIA GAMEZ
CELIA GAMEZ, fue una actriz considerada española, aunque nació en Buenos Aires, es mundialmente conocida con su propio nombre artístico de CELIA GAMEZ, nació el día 25 de Agosto del año de 1905 en Buenos Aires, y murió en esta ciudad el día 10 de diciembre de 1992. No se sabe mucho de su niñez, ni de cómo llegó a España a mediados de los años 20. Empezó en Argentina con un pequeño papel con José Padilla en cuyo estreno, nada más pisar la escena, se desmayó. Más tarde, como vicetiple en la comedia musical Las corsarias en los años veinte y cantante de tangos, pero pronto se convirtió en un fenómeno teatral y en una famosísima vedette de la escena madrileña apoyada siempre por el maestro Francisco Alonso, especialmente a partir del sonado estreno de la revista "Las Leandras" en 1931.
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Las
razones del éxito de Celia Gámez no son fáciles de comprender a
quienes no la vieron, puesto que no era una belleza
arrebatadora, no tenía una gran voz, ni era una bailarina
consumada; no obstante, como en el caso de Mistinguett, su
personalidad llenaba la escena, tenía evidente magnetismo y
sabía organizar a su alrededor espléndidos espectáculos a medio
camino entre la revista y la opereta, de los que salieron
muchísimas melodías populares y en los que dieron sus primeros
pasos muchos artistas: Concha Velasco, Lina Morgan, Esperanza
Roy, Tony Leblanc, etc. Durante bastantes años elevó
considerablemente el tono generalmente bajo de las populares
revistas. También hizo cine (vg. "Rápteme usted," historia del
falso rapto de una estrella con propósito publicitario), pero su
éxito de pantalla tuvo escaso alcance. Su vida privada siempre
dio mucho que hablar en la gazmoña sociedad española de la
época, desde sus rumoreados amores de juventud con el rey
Alfonso XIII, hasta su larga colección de amantes reales o
supuestos. Uno de los más famosos fue el general Millán Astray,
uno de los generales que se alzaron contra la II República
española, lo que ocasionó la Guerra Civil española en 1936. Al
comenzar dicha guerra, Gámez se encontraba de gira con su
compañía por territorio bajo control de la sublevación, al que
apoyó durante la contienda. Esto le permitió continuar con sus
éxitos y popularidad y le crearon indudable mala fama entre los
opositores al régimen. Un tema suyo, "Ya hemos pasao", se burla
del "No pasarán" de las milicias republicanas, y con sarcasmo
hacia los derrotados llama a éstos "miserables" al tiempo que se
autoproclama "facciosa".
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Tal como
pedían los tiempos de nacional-catolicismo, en sus espectáculos
era cuidadosa con la exhibición carnal de sus vedettes y de sí
misma, recurriendo a la malla ajustada y a la moderación en
escotes es y shorts. Aspiraba a que la revista fuera también
frecuentada por la mujer, con lo que daba un cambio en cuanto a
su audiencia. Tal vez por garantizarse un estatuto de
respetabilidad en los puritanos tiempos de la posguerra, se casó
en 1944 en la Basílica de los Jerónimos de Madrid con un médico
llamado José Manuel Goenaga, en una boda que en vez de
respetable resultó en extremo escandalosa, tanto por la
afluencia y la actitud de los curiosos como por el hecho de que
el padrino fuera el mismo general Millán Astray que había sido
su amante. El matrimonio fue de muy corta duración y la pareja
se separó, aunque no hubo divorcio, que era entonces legalmente
imposible. De hecho, siempre se rumoreó también el supuesto
lesbianismo de la estrella, alentado por una cierta ambigüedad
que se complacía en cultivar: aparecía vestida de hombre en
muchos números y hacía que cortejaba a las coristas o las
besaba. Como fuera, siempre hizo por tener amantes y
acompañantes masculinos hasta edad muy avanzada.
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En la
década de los 60, al tiempo que la revista musical española
entraba en franca agonía, presentó Celia Gámez sus últimos
grandes espectáculos ya sexagenaria. Aunque volvería a actuar
esporádicamente en los escenarios, su larga y brillante carrera
estaba cerrada y con ella la de todo un género, que pasaría a
ser historia en los años 70. Como tantas otras vedettes de su
época, el genio de Celia para montar espectáculos y entretener
al público no iba acompañado del mismo genio financiero: tenía
fama de malgastadora y extravagante y parece que se vio en
dificultades económicas al final de su vida, complicadas por la
amargura de haber sido prácticamente olvidada, especialmente en
las circunstancias de la transición española a la democracia,
durante la que sus anteriores amistades no la hacían
especialmente popular. La penuria económica y la antipatía de
muchos la hicieron retornar a Buenos Aires. Sus últimos años los
vivió modestamente en una residencia de ancianos con la razón
perdida. Fue enterrada en el cementerio de la Chacarita de la
capital argentina, a muy pocos pasos de Miguel de Molina,
célebre cantante español que tuvo que emigrar a Argentina en
1942 acosado en España por su adscripción al bando republicano
durante la guerra y por ser objeto de la persecución homófoba de
personas vinculadas al régimen franquista.
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Celia Gámez fue una de las más populares estrellas de España en la primera mitad del siglo XX y a ella se debe gran parte del esplendor de la revista, un género popular que llegaría a caer en el desdén de los cultos, si bien en la actualidad, por influencias del musical americano, se tiende a su renovación y al redescubrimiento de sus grandes posibilidades para la música popular.
Celia Gámez y el abuelo de Prada
Estos
días de atrás publicaba en el Semanal de ABC un artículo mi querido Juan Manuel
de Prada al hilo de una vieja canción que su abuelo le cantaba cuando él era
niño. Bien es sabido que la pasión de Juan Manuel por su abuelo fue durante una
temporada motivo de escritura para el novelista que vareaba y recreaba toda su
infancia en torno a un abuelo singularísimo y lleno de magia y reciedumbre. Yo
tuve la suerte de conocerlo y dedicarle un poema. Fue cuando se casó Prada en
Zamora. El abuelo era feliz viendo feliz a su nieto y, como a los postres,
echamos la tarde a versos, todos, lógicamente, llevábamos nuestras églogas para
el joven matrimonio.
También yo. Sólo que yo me permití dedicar también un soneto al abuelo, porque pienso, sinceramente, que nuestro escritor no sería quien es sin la presencia absoluta en su niñez de aquel hombre serio, castellano, entero y con una sensibilidad tan profunda como visible. Creo que Juan Manuel, que ya anda agavillando sus artículos en diversos libros, debería recoger todas esas crónicas volanderas que dedicó a su memoria, porque sinceramente son páginas de una belleza y una ternura admirables.
El artículo de marras se llamaba “La canción del abuelo” y tras una serie de citas literarias que iban desde Borges hasta Coleridge, el escritor nos confiesa algo que uno ya sabe por experiencia: que de pronto en el mundo de los sueños vuelven los recuerdos a corporeizarse y hasta retornar a la memoria textos que, en alguna ocasión, habitaron en nuestra memoria y un día se olvidaron para siempre. Así le pasó a él. Llevaba meses intentando recordar la letra de “una canción o copla” de la que sólo recordaba el verso inicial –“Virgencita milagrosa”–.Y, mira por dónde, una noche, en sueños, volvió la presencia del abuelo y como si él fuera aún el niño que ya se perdió en la historia, pidió al abuelo que se la volviera a cantar “porque he olvidado la letra”. Y el abuelo la cantó de un tirón y le instó a que corriera a copiarla en un papel. “Y justo entonces –dice Prada– desperté, trayéndome conmigo del sueño la letra de aquella copla tan desgraciada que ya creía olvidada para siempre”.
La tal copla es un tango de los años veinte del siglo pasado que en España cantó y grabó una jovencísima Celia Gámez, nada más llegar de sus Buenos Aires natal. Andaba yo aquella noche de domingo de lecturas perezosas, ojeando revistas, leyendo periódicos atrasados, cuando me encontré con “La canción del abuelo”. No me importó la hora. Llamé a Juan Manuel y le dí todas las claves. Días más tarde le encontré una edición digitalizada del tango y creo que es el mejor regalo que he podido hacerle a él, tan generoso siempre.
Y es que la vida son círculos que se van cerrando. Celia Gámez fue una vieja devoción de mi abuelo, que la vio en el teatro en el año 31 cuando el éxito arrollador de “Las leandras”. En mi casa siempre se hablaba de ella como de un mito de belleza y transgresión. Mi abuelo murió en plena guerra y muchos años más tarde, siendo yo niño, oía hablar en las tertulias del taller de costura que el vestido que Celia sacó para cantar la java de las viudas era una gasa negra que sólo pesaba doscientos gramos. Cuando llegué a Madrid, con 16 años, en 1964, lo primero que hice fue gastarme las únicas ochenta pesetas que tenía para comprar la mejor butaca del teatro Martín y ver la tarde del 24 de diciembre una edición especial de “Las leandras”, con el título edulcorado por la censura de “Mami, llévame al colegio”. Eso sí: allí estaba “la Celia” en persona con su “Pichi”, sus nardos, su canción canaria, su verbena de San Antonio o sus viudas. Remató la función de “tardebuena”-así se la llamó- cantando una serie de tangos de cuando ella llegó a Madrid. Recuerdo una versión única de “Mi caballo murió”. Y ahí mismo comenzó una amistad que ha durado hasta su muerte en 1992 y que perdura en mi memoria. En las páginas de ABC está la historia de esa amistad en numerosos reportajes, crónicas, gacetillas... y hasta en la exclusiva de haber firmado la necrológica de José Manuel Goenaga, el único marido que tuvo Celia Gámez y cuya boda en los Jerónimos, apadrinada por Millán Astray, fue la más famosa y multitudinaria de la España de los años cuarenta.
Pero volvamos a “Milagrosa Virgencita”. Fue un “tango plegaria”, de Luis Martino y González Pulido, terriblemente lacrimógeno, muy de la época y que Celia con su particular voz entre metálica y chillona bordaba como nadie. De esa etapa de los años veinte Celia grabó en pizarra y popularizó tangos como “A media luz” –que embobaba a Alfonso XIII–, “Una plegaria”, “Mamita”, “Ché, papusa, oí” o “Confesión”, de Discépolo. La primera foto de Celia en “Blanco y Negro” aparece en el otoño de 1926, cuando ella debuta en teatros de Madrid, vestida de gaucho y cantando tangos y milongas. Hoy casi nadie sabe que en el Romea de la calle de Carretas se presentaron juntos Carlitos Gardel y ella y que “el morocho del Abasto” pasó sin pena ni gloria por la Villa y Corte, mientras Celia –que nunca perdió el acento porteño– se convirtió en la más castiza intérprete del alma de Madrid. Aparte de “Las leandras”, Celia creó los chotis “Tabaco y cerillas”, “Las taquimecas”, “La Lola”, “La Manuela” y “Manoletín”; fue “Yola” y su “Mírame”, con ese emocionante acento a lo Piacentini, tan inolvidable, y “La hechicera en palacio” y “La estrella de Egipto” y “El águila de fuego” y “Su excelencia la embajadora” y “Colomba”. Y la creadora de “La estudiantina portuguesa” y “Luna de España” y “La florista sevillana” y “El beso”...
Y mire usted por donde resulta que fue también Celia Gámez la que encandiló al abuelo de Juan Manuel de Prada con su tristísimo “Milagrosa Virgencita”, ese tango que decía en su estribillo: “Milagrosa Virgencita,/ Tú que sabes que se ha ido/ con aquella mujer mala de milonga y cabaret,/ que una noche llegó a casa/ implorando nuestro amparo/ y que, al cabo de unos meses,/ con mi hombre ella se fue...” Un delicioso dramón de la época. Lo cierto es lo que dio de sí el siglo XX, caramba. A su lado, éste es un rosario de penitencia.
De Santiago Castelo (el 02/07/2010, en Celia Gámez, Juan Manuel de Prada, Foto (1) Celia año 1951, (2) Celia año 1931, (3) Retrato de Celia Gamez por Gyenes
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Enlace http://es.wikipedia.org/wiki/Celia_G%C3%A1mez
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http://www.abc.es/blogs/castelo/public/post/celia-gamez-y-el-abuelo-de-prada-4150.asp Recopilación José María Ruiz Fuentes |
El Arte de Vivir el Flamenco © 2003 |