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MANUEL SOLER - BAILADORES/AS |
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MANUEL SOLER
MANUEL SOLER OSA REYES, bailaor y percusionista, más conocido en el mundo de la historia del arte del baile flamenco con su propio nombre artístico de MANUEL SOLER, nació en el barrio de Triana, (Sevilla) en San Gonzalo, en el año de 1943, murió en Sevilla el día 6 de junio del año 2003, es un destacadísimo bailaor y percusionista con una gran experiencia En los años sesenta y setenta trabajó mucho en el extranjero hasta que en 1979 se instaló en el tablao Los Canasteros de Madrid. Allí conoció a Enrique Morente y Diego Carrasco, preludio de su entrada en el sexteto de Paco de Lucía como bailaor Sin embargo, por problemas de salud tuvo que dejar el baile y se dedicó de lleno al cajón hasta convertirse en uno de los artistas que mejor lo dominan Trabaja para muchos artistas desde entonces en tal disciplina y suele impartir bastantes cursos en Sevilla
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Aunque también tocaba la guitarra, Soler fue principalmente bailaor. Un bailaor
brillante y original, con movimientos diferentes a los de cualquier otro:
limpios y secos con el poder que nace de la sutileza. “Compacto” es la palabra
que mejor lo describe. No desperdiciaba ni una célula de su cuerpo en
superficialidad o teatralidad. Su sentido rítmico fue más allá de perfecto.
Impecable sin ser robótico, cortado con estilete afilado. Así le gustaba al
maestro Paco. El hombre que inventó el sexteto flamenco incorporó a este
intérprete singular en su grupo. No es de sorprender el hecho de que Manolo
estuvo 10 años complementando la brillante música del maestro.
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Como tantos otros de la época, actuaba en los tablaos madrileños, y colaboró con
las máximas figuras del flamenco. Verlo por primera vez fue descubrir un mundo
de compás, incluso para los más veteranos. No es que bailara o tocara a compás.
Manuel Soler era el mismo compás. Quizás fuera en la compañía de la gran Manuela
Vargas donde aprendió el poder del minimalismo mucho antes de que el minimalismo
se pusiera de moda en el flamenco.
Problemas del corazón, decían los médicos, y aconsejaron a Manolo Soler que limitara sus actuaciones de baile, aunque seguía dando clases y ofreciendo talleres de compás. Debido a las limitaciones de salud, adoptó el nuevo instrumento de percusión que Paco y Rubem Dantas habían empezado a incorporar: el cajón. Con su obra de 1996, Por Aquí te Quiero Ver, votada el mejor espectáculo de la Bienal de Sevilla de aquel año, Soler se convirtió en estrella.
El espectáculo que más recuerdo es Dime, de Javier Barón. Una deliciosa e inteligente obra basada en Lorca en Granada que brillaba con originalidad y humor suave, como cuando Manolo tocó percusión desde el interior de una enorme tinaja, o dio voz a un diálogo entre sus dos manos, haciendo las voces de ambas. Sentó precedentes para los nuevos “cajoneros”, y hasta el día de hoy ha sido uno de los pocos que comprenden el empleo con buen gusto de este instrumento de manera que no estorbe, sino que realce el natural aspecto percusivo del baile flamenco.
Fue una bendición y un privilegio poder apreciar la cálida personalidad, sabiduría y fino sentido del humor de Manolo Soler durante aquellos días del Festival de Grenoble del 2002. Pocos meses más tarde, el 6 de junio, 2003, Manuel Soler Osa Reyes nos dejó. Un hombre con una caja, sobresaliente bailaor y percusionista que marcó el flamenco y legitimizó el ahora ubicuo cajón. Con once años ya despuntaba con Manuela Vargas y con quince había creado su propio ballet. A partir de ahí no hubo descanso. En 1967 se fue a México, pero pronto volvió a Madrid para trabajar con Lola Flores y La Polaca. Por entonces su baile, ahíto de rabia y de masculinidad, ya llamó la atención de quienes se calzaban las botas por primera vez. Y en 1976 empezó a colaborar con Paco de Lucía, junto a quien marcó una época en el flamenco.
Ese trabajo lo alternó con otras experiencias en Caracas y como músico de sesión en España. Alternó con los Hermanos Toronjo y registró la primera obra de los Hermanos Reyes. Imparable. Con el genio de Algeciras se ganó el reconocimiento mundial. Pero su corazón le marcó las pautas. Durante una gira con el guitarrista por América Latina sufrió una angina de pecho y tuvo que ser sustituido por Joaquín Grilo. Eso le cambió la vida. Fue entonces cuando lo que había sido un flirteo se convirtió en amor platónico con el cajón. En Perú había visto a Rubem Dantas tocando aquel instrumento y después de volver a escuchar a Antonio Carmona con él entre las manos se decidió a abordarlo. Y a bordarlo. Sirvan de ejemplo discos como «La leyenda del tiempo», «Soy gitano» o «Potro de rabia y miel», de Camarón. O las colaboraciones con Manolo Sanlúcar, quien ayer reconocía la importancia de Manuel Soler en algunas de sus creaciones:
«Él intervino de forma definitoria en las obras más importantes de mi vida». O la relación con Enrique Morente, con El Lebrijano, con todos. Soler trabajó hasta sus últimos días con todos. Y siempre mantuvo la capacidad de sorprender. Ahí queda su actuación como titiritero en «Dime», de Javier Barón, espectáculo que triunfó en la última Bienal. Incluso lideró montajes como «Por aquí te quiero ver», con el que obtuvo un éxito sin fisuras. Mil cosas. Mil. Porque no había proyecto en el que el trianero no tuviera un sitio. Por eso el tanatorio era ayer un inmenso cuarto cabal, preludio de una despedida que tendrá lugar hoy. El responso se celebrará en el citado tanatorio a las 7:45 de la mañana y a las ocho sus restos mortales serán incinerados en el Cementerio de San Fernando de Sevilla. Será justo cuando el flamenco en pleno le cantará el último adiós por bulerías, con el recuerdo de su compás en el corazón, dueño de las entrañas del soniquete desde la noche del jueves. Que Dios lo tenga en su gloria.
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recopilación de José Maria Ruiz Fuentes |
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El Arte de Vivir el Flamenco © 2003 |