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LOLA MONTES - BAILAORES/AS |
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LOLA MONTES
LOLA MONTES, fue una bailarina y actriz nacida en Irlanda que se hizo célebre como bailarina exótica, su verdadero nombre era María Dolores Eliza Rosanna Gilbert (Grange, Condado de Sligo, Irlanda, 17 de febrero de 1821 – Nueva York, Estados Unidos, 17 de enero de 1861), Lola Montes en vida fue una mujer muy deseada, originaria de numerosos escándalos pero terminó como indigente cuando por razones de edad había perdido todo su encanto: cortesana y amante de Luis I de Baviera. El director alemán Max Ophuls rodó su última película alrededor de este personaje presentándolo en una función circense en Nueva Orleans. Pero en realidad, Lola Montes era un ser vulnerable, débil, que cayó tan pronto como subió. Un ser que carente de talento, porque era pésima bailarina, dedicó a explotar su físico hasta que éste le falló y se convirtió en una caricatura de sí misma.
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La suerte cambió para ella en 1837. Ese año repitió el esquema amoroso de su madre casándose con un oficial cuyo más próximo destino era una guarnición en la India. Preocupada siempre por la libertad, nuestra heroína regresó a Inglaterra en 1842 y su primer impulso fue pedir el divorcio. En el fondo, esto es lo que da de sí un romance exótico.
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Aunque la máscara matrimonial le había brindado respetabilidad, Lola no quiso
ceñirse a esos rigores y practicó profusamente el amor. Las respetables señoras
que servían té en las reuniones patrióticas la llamaron desvergonzada, y cosas
peores, pero ya saben lo que dijo el escorpión: en el código genético de Lola
iba fijada su capacidad de arruinar matrimonios. Los propios y los ajenos.
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Sin duda, le iba el papel de seductora, o al menos, eso era lo que se decía de
ella cuando empezó a actuar en los escenarios, reclamando su lugar como
bailarina “española”. Con las castañuelas en alto y una peineta de nácar, Lola
se convirtió en una diva. Para ella, el hechizo era algo así como un don, y muy
pronto los caballeros más notables de Europa solicitaron sus favores mediante
lujosos regalos.
En 1845 inventó el strip-tease al actuar sin maillot en un escenario parisino. Mientras el público masculino aullaba, uno de sus más fervientes seguidores atravesaba con su sable al crítico Dujarrier, uno de los pocos que había escrito una reseña en contra de Lola.
En 1847, Luis I de Baviera la invitó a la residencia real de Aschaffenburg, un palacio de recreo edificado bajo el exuberante diseño de Friedrich von Gärtner. La consecuencia más inmediata fue que ambos el monarca y la danzarina se hicieron amantes. Con cierto apresuramiento, el Rey otorgó a su dama los títulos de baronesa de Rosenthal y condesa de Lansfield. Y aunque el liberal Karl Abel rehusó firmar esas cartas de nobleza, lo cierto es que Lola consiguió elevadas cotas de poder en la corte bávara.
En todo caso, su amor por Luis I admite diversas lecturas. El novelista escocés George MacDonald Fraser lo describe de este modo: «Se ha sugerido que su interés por él era puramente intelectual. Es materia opinable. Lo que no se puede dudar es que era la verdadera gobernante de Baviera —y ha habido peores gobernantes de naciones— hasta la revolución de 1848, que la obligó a dejar el país».
El pueblo y los liberales odiaban a Lola, y es posible que, tal y como Fraser sugiere, sus amoríos reales originasen la insurrección del 19 de febrero de 1848, y la posterior abdicación del monarca.
Que nadie piense en un destierro infeliz. Lola se consoló del trono perdido llevando ante el altar a otro oficial británico en 1849.
Poco después, debió de mirar su imagen en el espejo y se vio capaz de alejarse en busca de nuevos aires.
Nunca se sintió maniatada por un hombre: abandonó a su nuevo esposo —otro juguete roto— y en 1851 tomó un navío con destino a Estados Unidos. Aprovechándose del mito que la precedía, estrenó en un teatro neoyorquino la obra Lola Montes in Baviera, al tiempo que improvisaba conferencias en torno a materias tan equívocas como la belleza femenina. En su caso, este rasgo era tan notable que no le costó hallar un nuevo acompañante con quien divertirse: el editor y periodista californiano Patrick Hall.
Aunque admitió que fuera su esposo en 1853, no lo encontró cosmopolita (así, como suena) y muy pronto se aburrió de él.
La nueva separación marcó el momento de desdeñarlo todo y admitir la sugestión de un largo viaje.
En 1855 Lola Montes, coqueta y alborozada, llegaba a Australia con la intención de estrenar un fastuoso espectáculo de danza. Dos años después, sin haber cumplido del todo sus aspiraciones, volvía a Nueva York en busca de descanso. Lo halló definitivamente el 17 de enero de 1861.
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Recopilación de datos de José Maria Ruiz Fuentes |
El Arte de Vivir el Flamenco © 2003 |