LA BELLA OTERO

 

AGUSTINA OTERO IGLESIAS, bailaora gallega, conocida en el mundo del bello arte con el nombre artístico de  LA BELLA OTERO, nació el día 4 de Noviembre del año de 1868, en un pequeño pueblo llamado Valga de Pontevedra  (Galicia), y murió en Niza, Francia, el día 10 de abril de 1965, el hambre y la pobreza eran más frecuentes que la felicidad; en uno de esos pueblos donde quien destaca, por una u otras causas, desata las iras enrabietadas del resto de los vecinos porque, en la triste existencia de éstos, lo único que se considera bueno es dejarse llevar, pasar desapercibido, con sobriedad y amargo silencio.

En una de esas aldeas, en fin, de las que estaba llena la Galicia de mediados del siglo XIX. Y allí, la pequeña Agustina era una más. Una más de los hermanos Otero, hijos de madre soltera, que se hacinaban en una pequeña cabaña de apenas 40 metros cuadrados. Cuando en la madrugada del 10 abril de 1965 murió la vieja loca solitaria que desde hacía años malvivía en una diminuta habitación de un antiguo hotel de Niza, nadie lloró. No hubo llantos, ni flores, ni bellos funerales, ni se derramó tinta en los diarios, ni los altos mandatarios del mundo llevaron luto ni público ni privado. No hubo hermosa nota necrológica ni hubo epitafio para la historia. Aún hoy, cuarenta y dos años después, en la sencilla tumba donde reposa la vieja sólo se lee C. Otero. A la mujer que un día fue, desde luego, no le hubiera gustado saber que así iba a ser el fin de sus días.


la Bella Otero


la Bella Otero

 


La pequeña Agustina dejó de ser una vecina de Valga (que así se llamaba su aldea) común cuando, con apenas diez años, un desalmado la abordó en un camino y la violó brutalmente, dejándola inconsciente y haciéndole sufrir una hemorragia que la tuvo al borde de la muerte durante varios días. El violador fue encarcelado, pero los pueblos como Valga solían caracterizarse, en la época, por ser maledicentes y brutos : si Agustina ya no era virgen, aunque tuviera diez años de edad, Agustina ya no tenía por qué ser respetada por nadie. Y los comentarios la hicieron madurar demasiado rápido. Cuando un teatro de cómicos portugueses visitó las proximidades de Valga, una jovencísima Agustina vio la posibilidad de huir de las habladurías y del hambre. Con doce años, la niña ya era vistosa y bonita, y los cómicos la aceptaron bien. Bailaba como si el demonio se la llevase, por y para los hombres que continuamente iban en su búsqueda. En épocas de hambre, sobre todo después de dejar el circo ambulante, recurrir a la prostitución era algo que reportaba a Agustina mucho y muy fácil dinero.

Las correrías llevaron a la muchacha hasta Francia, el país de la libertad, de la Belle Èpoque, de la alegría de finales del XIX; y allí ideó la primera de las muchas mentiras : su nombre, a partir de entonces, sería Carolina. Ahora baila, petite!!. Ferdinand Bellini se enamoró de una Carolina Otero, a la sazón de 24 años, recién llegada a París con sus contundentes y casi perfectas medidas (97-53-92, según relató el mismo maestro), cuando tras esa orden la joven empezó a contorsionarse de forma exótica y sensual para él. Era el inicio de una carrera fulgurante por todos los cabarets de París, de una leyenda viva y tan sexual que muchos hombres se quitarían la vida por no obtener sus favores. Pero la vida misma de Carolina era una invención. A medida de que fue conociendo el lujo y el dulce de la elegancia, de las fiestas de sociedad y del amor de los grandes mandatarios mundiales, sus mentiras fueron creciendo. Decía que había sido una condesa, que había sido víctima de un romántico secuestro y que desde pequeña alternaba en la corte del rey de España. Y tanto los franceses como los americanos, entre los que tuvo innumerables amantes, se lo creyeron.

Carolina bailaba, bailaba como las sirenas nadan en las profundidades del mar, como las serpientes, y entre tanto amaba. Por sus brazos pasaron multitud de hombres que la colmaron de deseos, joyas, dinero y placeres. La amó William Vanderbilt (y lo hizo por siempre); lo hizo Alberto de Mónaco, que la aficionó a la ostentosa vida de los casinos, Leopoldo de Bélgica, Alfonso XIII, el príncipe de Gales y el káiser Guillermo; el mismísimo zar de todas las Rusias Nicolás (el del destino aciago), el feísimo pero dadivoso barón de Ollstreder (ella llegó a decir : ¡no puede llamarse feo a un hombre que hace tan buenos regalos!), Boni de Castellane (el único hombre que la humilló), Aristide Briand, y tantos otros.


la inquilina del segundo, la Bella Otero, la mujer que tenía los coches más elegantes que corrían por Los Campos Eliseos.


Carolina Otero increpando a un fotógrafo en los
últimos años de su vida, en Niza

 


A finales de siglo, el nombre de Carolina se transformó, en los carteles, en La Bella Otero, la bailarina más deseada de toda aquella ciudad que pisase. Fue musa del Folies Bergère; reina de Moscú, actriz respetada y alabada en Inglaterra, en Estados Unidos, en medio mundo. José Martí le dedicó uno de  sus poemas más conocidos (?) y el mundo se moría por verla actuar. Carolina lo daba todo sin ser de nadie ni de nada. Vestida con extravagante lujo de joyas auténticas y trajes imposibles, dejando ver su cuerpo con escuetos camisones transparentes de piedras preciosas engarzadas, la Bella era el espectáculo más hermoso que se pudiera contemplar en las postrimerías del revuelto siglo XIX.

 ¡Ah! … ¡pero incluso ella era humana!. Ella, que había tenido la vida de tantos hombres en sus manos, que los había vuelto locos para sacarles todo cuanto pudiera, que nunca había amado a nadie (ni amaría jamás), se convirtió en esclava del juego, de los casinos, de las ruletas, de las cartas, de Montecarlo, del color rojo al que, decían, siempre jugaba sin excepción. La Bella contaba, a sus treinta años en 1898, con una de las fortunas más importantes del mundo en aquellos momentos. Riqueza en joyas, en amantes, en dinero, en propiedades y en popularidad. Había llegado a alcanzar esa cantidad de posesión de dinero indignante, esa que hace tirarlo por aburrimiento y exceso de bienes en el haber de uno. De modo que Carolina empezó a jugar, que era lo único que le proporcionaba placer .. y que lamentablemente nunca la sació. Las cantidades de dinero que se movían en el Casino de Montecarlo cuando la Bella aparecía por allí con alguno de sus amantes y valedores llegaban a superar, como indicó el periodista Jacques Charles, el sueldo de un año entero del trabajo de una persona de clase media-alta … por hora.


la Bella Otero


la Bella Otero

 


Pronto se empezó a comentar que Carolina perdía demasiado dinero en aquellas correrías nocturnas que duraban, a veces, semanas enteras y que incluían a los más importantes personajes de la actualidad en aquel momento. Se dijo que, una noche, cuando aún era deseable y deseada, había ofrecido sus servicios sexuales a al menos once hombres presentes en el casino de París, donde había perdido millones de francos; media hora dedicada a cada uno. En 50 años, los que transcurrieron del momento de punto álgido de su carrera hasta su ruina total, perdería cuarenta millones de dólares de la época … sólo en efectivo. Retirada en la Primera Guerra Mundial, con el deseo de que el mundo la recordara bella y joven, perdió su lujosa residencia en Niza, Villa Carolina, en 1948, cuando las deudas de juego ya apretaban tanto como el hambre que, de niña, la vida en Galicia le había dado.

Pero la Otero era orgullosa y altiva : rechazó con antipatía los ofrecimientos de ayuda que su familia le hizo desde allí; se negó a volver a España y sólo aceptó, en última instancia, la ayuda del Casino de Montecarlo. Agradecido (¿y cómo no estarlo?) por las cantidades que la Bella había dejado entre sus paredes en todos aquellos años, le financió, por el resto de sus días, la diminuta habitación en la que apenas cabía una cama, una mesilla, una pequeña cocina y un modesto baño y en la que, casi veinte años después, moriría Carolina. Los periódicos la enterraron multitud de veces antes de la definitiva. Los vecinos nunca llegaron a entender la magnitud de fama y riqueza que había tenido aquella vieja loca que alimentaba a las palomas como única afición. Los amantes murieron; las rivales también. Carolina tuvo una vida larga y sólo por unos años dichosa. El resto de su existencia, como todas las mentiras que dijo sobre ella, fue una mera invención, una sombra de algo que nunca fue. Lo último que pudo comprar fue su propia sepultura. A Carolina Otero, la bellísima gallega de movimientos sinuosos, la serpiente de cascabel española, la sirena de los suicidios; a la leyenda de la belleza suprema que nunca amó a nadie, no la recordaba nadie ya.

10 de Abril de 1965, muere en Niza la mujer a quien D'Annunzio envió unos versos, el Zar Nicolás sus joyas, el pintor Renoir un retrato, Cornelius Vanderbilt le ofreció un yate y De Dion le regaló el último modelo de su automóvil. Sólo un puñado de palomas notarán su falta. Carolina Otero, habita encerrada en su apartamento en Niza y ya ha cumplido los noventa años. La inquilina del segundo piso es una anciana de pelo blanco, de ojos negros profundos y gitanos pero inmensamente tristes. Sus facciones son nobles y correctas. Su andar cansado lento y difícil. La anciana del segundo piso tiene las manos extremadamente delgadas tan finas que se trasparenta los huesos. Su mirada está detenida entre el desprecio y las lágrimas. Enredada siempre entre el reuma que la dobla y el orgullo que la mantiene viva y erguida. Hace más de cincuenta años, la inquilina del segundo, la Bella Otero, la mujer que tenía los coches más elegantes que corrían por Los Campos Eliseos.

La inquilina del segundo piso es Doña Carolina Otero, la que regresaba de un paseo por el Bois de Boulogne. dueña de los caballos más hermosos de París, la bailarina española a quien los pintores de moda Baldini y Flameng, le decoraron los magníficos salones de su mansión, en la época que sus puertas se abrían en los días que daba fiestas y sus quince criados recibían a los invitados en la escalera. La Bella Otero, desde que empezó a envejecer nadie consiguió fotografiarla, París Match le ofreció dinero, Jour de France, le suplico de rodillas, Tempo… pero nadie consiguió fotografiarla. La Bella Otero, a la que el poeta D'Annunzio le mandó unos versos antes de ir a visitarla, por la que Eduardo VII viajaba de Londres a París con bastante asiduidad para hacerle visitas, por la que el Zar Nicolás de Rusia llegaba a la Estación del Este de incógnito con una joya de la corona para cada encuentro, la mujer de la que el Káiser Guillermo II presumía delante de todos los que lo rodeaban de su amistad. Esa mujer que conquistó París, el París triste de las modistillas y las señoras burguesas. Paseó delante de la joyería Cartier, en la Rue de la Paix, para mirar un collar de diamantes, que costaba quinientos millones de francos, expuesto en un escaparate de la joyería y diseñado en exclusividad para una española llamada Carolina Otero, que bailaba en los salones y sentaba a su mesa a lo mejor de la sociedad mundial.

AGUSTINA OTERO IGLESIAS, bailarina de origen español,  Ponte de Valga, Pontevedra (Galicia), España, 4 de noviembre de 1868 - Niza, Francia, 10 de abril de 1965), conocida como La Bella Otero. Afincada en Francia y uno de los personajes más destacados de la Belle Époque francesa en los círculos artísticos y la vida galante de París. Era hija de una madre soltera que descuidó su educación. Tras padecer una agresión sexual a los diez años, huyó de casa unos meses después y no volvió nunca más a su pueblo natal, Valga. Tras la fuga decidió cambiar su nombre de pila Agustina por el de Carolina.

Trabajó en una compañía de cómicos ambulantes portugueses. Al dejar la compañía, se vio obligada a ejercer oficios poco recomendables para salir adelante, como bailar en locales de la más diversa índole, e incluso llegar a ejercer la prostitución. En 1888 conoció en Barcelona a un banquero que la quiso promocionar como bailarina en Francia y la llevó a Marsella. Pronto abandonó al banquero y se promocionó a sí misma hasta llegar a ser una bailarina conocida en toda Francia como La Bella Otero. En la promoción enfatizaba su origen español (muy exótico en Francia por entonces) y se inventó que era andaluza y de origen gitano. Las fabulaciones y aventuras fantásticas de Otero han perdurado hasta nuestros días y aún hay biógrafos que sitúan su nacimiento en Cádiz, hija de una gitana.

Actúa en Nueva York en 1890 y realiza giras por todo el mundo como bailarina exótica y actriz, consiguiendo fama internacional. Argentina y Rusia fueron algunos de los países que visitó y actuó más veces. En este último llegó a conocer a Rasputín. Otero actuó durante muchos años en París en el Folies Bergère, donde era la estrella y en el Cirque de Eté. Se puede decir que fue la primera artista española conocida internacionalmente. Otero no era una bailarina profesional y su arte era más instintivo que técnico. Sus danzas eran una mezcla de estilos flamenco, fandangos o danzas exóticas. También era una cantante competente y tenía calidad como actriz. Representó Carmen de Bizet y piezas teatrales como Nuit de Nöel.


la Bella Otero


la Bella Otero


la Bella Otero

 


Otero, a pesar de sus éxitos profesionales, había conseguido ascender en el mundo artístico gracias a que ejercía la prostitución y se hizo amante de hombres influyentes. No era una práctica extraña que las artistas ejercieran de cortesanas para aumentar sus ingresos. En la Belle Époque era habitual y los hombres que podían pagar las astronómicas sumas que costaban estas cortesanas conseguían prestigio. Otero era una de las más famosas y cotizadas de la alta sociedad parisina. Fue amante de Guillermo II de Alemania, Nicolás II de Rusia, Leopoldo II de Bélgica, Alfonso XIII de España, Eduardo VII de Inglaterra, Aristide Briand (con quien tuvo una relación entrañable hasta la muerte del político) y Cornelius Vanderbilt, entre otros.

Otero llegó a reunir una fabulosa fortuna que desgraciadamente perdió en los casinos de Montecarlo y Niza, puesto que padecía de ludopatía. Retirada de los escenarios en 1910, se estableció en Niza donde vivió hasta su muerte en 1965 totalmente arruinada, sola y viviendo de una pensión del Casino de Montecarlo, en agradecimiento de los millones de francos que se llegó a dejar. Nunca se casó. De su vida se han escrito varias biografías y se han hecho películas y series para la televisión. Debido a que Otero inventó parte de su pasado para obviar hechos como su violación o sus orígenes extremadamente humildes, muchas biografías, películas u otros trabajos en torno a su persona tienen datos inexactos y hechos que nunca sucedieron de verdad

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datos obtenidos de  http://manzserran74.metroblog.com/jose_marti_y_la_bella_otero,_su_bailarina_espanola   + recopilación de José María Ruiz Fuentes

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El Arte de Vivir el Flamenco © 2003
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