CARMEN AMAYA
CARMEN AMAYA
AMAYA, gitana desde los pie a la cabeza, bailaora y cantaora, conocida
mundialmente en el mundo del arte del baile con su propio nombre
artístico de CARMEN AMAYA, nació en
Barcelona el día 2 de noviembre del año de 1913, y murió en Begur (Girona), en el 1963.. Hija del tocaor El Chino, sobrina de La Faraona, hermana de Paco, Leonor, María, Antonia
y Antonio Amaya y casada con Juan Antonio Agüero. También conocida en sus
principios como La Capitana. Se inició en su arte desde muy niña, acompañada por
su padre, y a los seis años de edad debutaba en el Restaurante Las Siete Puertas
de su ciudad natal, para proseguir bailando en la Taberna de El Manquet, en el
Chiringuito de La Puerta de la Paz, en el local denominado el Cangrejo Flamenco,
en Casa Escaño y en otros lugares barceloneses. Debutó en París, en el Teatro
Palace, donde actuaba Raquel Meller, junto a La Faraona y Carlos Montoya, para
volver después a Barcelona y continuar nuevamente en varios escenarios, entre
ellos en La Taurina, donde la descubre el critico Sebastián Gasch, que escribe
de ella un elogioso artículo.
Barcelona, carabela
Santa Maria y monumento a Colón |
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En 1923, viaja
por primera vez a Madrid, para bailar en un local situado en los bajos del
Palacio de la Música. Al año siguiente llevó a cabo una gira por diversas
ciudades españolas, formando parte de la compañía de Manuel Vallejo. De nuevo en
Barcelona, baila en el Teatro Español, recomendada por José Cepero. En 1929,
figura en el Colmao Villa Rosa, que regentaba, en Barcelona, Miguel Borrull, y,
en 1930, actúa en la Exposición Internacional. La contrata el empresario
Carcellé y recorre varias capitales, entre ellas San Sebastián, en 1935,
presentándola en Madrid, Luisita Esteso, durante un espectáculo en el Coliseum.
El mismo año trabaja en los teatros madrileños de La Zarzuela, con Conchita
Piquer, Miguel de Molina y otros destacados artistas, y en el Fontalba. También
rueda la película La Hija de Juan Simón, con Angelillo, y toma parte, en
Barcelona, en una revista musical. Después de su interpretación en la película
María de la O, emprende una gira por provincias en 1936, sorprendiéndole
la guerra civil en Valladolid.
Se
traslada a Lisboa, debutando en el Café Arcadia, acompañada por el pianista
Manuel García Matos, llevando en su elenco entre otros intérpretes a su padre y
al Pelao Viejo. Viaja seguidamente a Buenos Aires, donde debuta en compañía de
Ramón Montoya y Sabicas, en el Teatro Maravillas, con un enorme éxito, teniendo
que intervenir las fuerzas de orden público, incluso los bomberos, en su segundo
día de actuación, para mantener el orden en las taquillas. Después de un año
consecutivo en el citado teatro, realizó un recorrido por ciudades del interior
de Argentina, para retornar a Buenos Aires y al mismo escenario, consumando una
temporada de cuatro meses. Desde 1937 a 1940, se suceden sus actuaciones en
Uruguay, Brasil, Chile, Colombia, Venezuela, Argentina, Cuba y Méjico, en cuya
capital, en 1940, simultaneaba sus actuaciones en el Teatro Fábregas con las que
realizaba en el Tablao El Patio. Durante esta etapa de su vida artística, en la
que une a su grupo artístico a varios miembros de su familia, realizó películas
en Buenos Aires junto a Miguel de Molina y fue admirada por los músicos
Toscanini y Stokowsky, quienes hicieron de ella públicos elogios. Se presenta en
Nueva York, en 1941, concretamente en el Beach Comba, para pasar al poco tiempo
al Carenegie Hall, en unión de Sabicas y Antonio de Triana. El entonces
presidente de los Estados Unidos, Roosevelt, la invita a una fiesta en la Casa
Blanca, y le regala una chaqueta bolera con incrustaciones de brillantes.
Aparece en la portada de la revista Life y es admirada por los más famosos
astros del cine y el arte nortea-mericanos. Desde 1942 se convierte en una de
las principales atracciones de Hollywood, donde interpreta una versión de El
amor brujo de Falla, en el Auditorio Bowl, ante veinte mil personas, con la
Orquesta Filarmónica
Interviene así mismo en un gran número de películas, entre ellas Sueños de
gloria, Piernas de plata, Vea a mi abogado, Carmen Amaya y sus muchachos, Las
amarguras de un torero, El sombrero de Paraná y Sigan al chico, realizando
igualmente sus primeras grabaciones discográficas. Vuelve a Europa y se presenta
en el Teatro de los Campos Elíseos de París, para hacerlo también en Londres y
en teatros holandeses, desde donde pasa a Méjico y después otra vez a Nueva York
y Londres, para seguir por Sudáfrica y Argentina, retornando a Europa..
En 1947,
reaparece en España, en el Teatro Madrid, con el espectáculo titulado Embrujo
español. Obtiene un resonante éxito en el Princes Theater londinense en 1948, y
en su siguiente gira por América, recorre Argentina en 1950. Al año siguiente
vuelve a bailar en España, presentándose en el Teatro Tívolí de Barcelona,
después de varias actuaciones en Roma. Continúa actuando en Madrid, París,
Londres, y diversas ciudades de Alemania, Italia y otros países europeos. En
Londres, le felicita la reina inglesa, y aparece en la prensa una fotografía con
el siguiente texto: «Dos reinas frente a frente». La Europa del norte, Francia,
España, Estados Unidos, Méjico y América del Sur son los itinerarios que sigue
con su elenco en los años siguientes. En 1959, alcanza un gran triunfo en el Westminster Theatre de Londres y en el Teatro de La Zarzuela de Madrid,
inaugurándose en Barcelona la Fuente de Carmen Amaya en medio del homenaje
popular; con este motivo celebra una función benéfica en el Palacio de la
Música, que registró el mayor lleno de su historia. Su última película fue Los
Tarantos de Alfredo Mañas. Reclamada por los principales coliseos del mundo,
desde 1960 a 1963, año de su muerte por afección renal, vuelve a realizar
continuas giras por Europa y América, hasta que su enfermedad se lo impide,
estando en Gandía, tras haber bailado por última vez en Málaga.
Su fallecimiento constituyó una gran aflicción para todo el mundo flamenco,
siéndole otorgada la Medalla del Mérito Turístico de Barcelona, el Lazo de
Isabel la Católica y el titulo de Hija Adoptiva de Begur. Su entierro convocó a
un gran número de gitanos de Cataluña y de distintos puntos de España y Francia.
Enterrada en Bagur, donde vivió sus últimos días, sus restos descansan
actualmente en Santander, en el panteón de la familia de su marido. A los tres
años de su defunción, en 1966, se inauguró su monumento en el Parque de Montjuic
de Barcelona, y en Buenos Aires le fue dedicada una calle, mientras que en
Madrid, en el Tablao Los Califas, se le tributó un homenaje en el que
intervinieron entre otros artistas Lucero Tena, Mariquilla y Félix de Utrera.
También en 1970, se le ofreció un homenaje en Llafranch (Girona). La
personalidad de Carmen Amaya, artista que gozó en vida de la admiración general
y entusiasta de todos sus compañeros de arte, ha sido glosada por diversos
críticos, flamencólogos y escritores, así como exaltada por los poetas, entre
ellos Fernando Quiñones, autor del poema Soneto y letras en vivo para Camen
Amaya. De estos comentarios transcribimos una selección: Vicente Marrero: «En
Carmen Amaya puede verse la asombrosa convicción con que a veces suele danzar.
Gitanilla desgarbada, flaca, menuda, casi incorpórea. morena, con cara de ídolo
trágico y remoto, pómulos asiáticos, de ojos largos cargados de presagios.
brazos retorcidos, nerviosa desgreñada como un bicho malo, mimbreña y violenta.
Con su repajolera gracia gitana, no es sólo una millonaria más de Norteamérica.
sino una de nuestras grandes bailarinas, que ha acertado, pese a algunos efectos
no siempre de buen gusto, con el secreto de la danza y su baile no puede
explicarse a la luz de ninguna técnica; nació con el baile dentro un baile hecho
de oro añejo. Carmen Amaya. que éste es su nombre, no es una mujer diferente en
cada uno de sus bailes, como suele suceder con otras grandes figuras de la
danza.
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Es la misma
siempre, y no se ha propuesto otra cosa. La ficción no pertenece a su arte. No
es bailarina; es bailaora. Con su arte de ámbito reducido, de valoración
personal más que escénica, ha sabido imponerse en todos los países, donde ha
conquistado admiradores frenéticos. Caso asombroso si pensamos que con bastante
frecuencia el baile flamenco es un baile vedado a los mismos españoles, sobre
todo en algunas regiones de la península... En los bailes de Carmen Amaya se ha
querido ver con exageración un carácter morboso, truculentamente patético, con
correspondencia a una moda mundial que desorbita los sentimientos clásicos. No
alcanza ese juicio desacertado el secreto de su éxito y no es del caso
refutarlo. Es verdad que Carmen Amaya prodiga el nervio y la velocidad; es más:
se ha criticado que no usa ni siente la majestad ni el quietismo tan
característicos de las bailaoras en contraste necesario con el vértigo que llega
a su tiempo, en el que ella -dicen los que la critican- con tanto aire y
voltaje, evapora la esencia misma del flamenco.
Superficial y desconsideradamente ha llegado a considerársele como a la fuerza
ciega, en bruto, irreflexiva, inclinada a efectismos, el tipismo de relumbrón
que se doblega a fáciles exigencias. Pero Carmen Amaya no es una intuitiva o una
seudobailaora sin cánones, que improvisa, con un cuerpo de centavo, sabiduría y
salero. Dotada como la más, conserva la arquitectura cañí de sus bailes, y es
-lo que nunca podrían ser Lola Flores y sus imitadoras- una maestra cuando
quiere bailar según las reglas del baile flamenco, en el que hay dos suertes
bien distintas: el parado y el furioso. La aparición de Carmen Amaya, su éxito
extraordinario, surtió su efecto en un momento cuando la danza española parecía
adormecerse en un manierismo que estéticamente no iba más allá del buen gusto.
Algunos críticos franceses lo han explicado como retorno a la violencia. Su
explicación, posiblemente, es más elemental. Se trata de un retorno a la fuerza
originariamente tensora del baile. Baile, el suyo. con la virtud que, de un modo
particular, escondían los palillos de la Argentina: virtud de hacer cavilar
hasta las fronteras mismas de lo misterioso. No importa que la veamos una y otra
vez. Siempre sorprende. No se sabe lo que quiere. No se sabe muchas veces adónde
va. Y cuando nos damos cuenta de ello, lo notamos como se nota el relámpago en
su súbito zigzag, cargado con toda la electricidad de la naturaleza. Podría
decirse de su baile todo lo que se quiera; pero los más puritanos del flamenco,
tan celosos de las tradiciones, pasando por alto algún que otro paso fuera de
lugar o cierto sensacionalismo repajolero, no tendrían que objetar nada a su
ciencia infusa, si diese más salida a los brazos, que deslucen en su flamenco al
lado de la atención que prodigiosamente concede a los pies, sin que se olvide,
claro está, que el flamenco está siempre en evolución, en creación constante».
Sebastián Gasch: «De pronto un brinco. Y la gitanilla bailaba. Lo
indescriptible. Alma. Alma pura. El sentimiento hecho carne. El tablao vibraba
con inaudita brutalidad e increíble precisión. La Capitana era un producto bruto
de la Naturaleza. Como todos los gitanos, ya debía haber nacido bailando. Era la
antiescuela, la antiacademia. Todo cuanto sabía ya debía saberlo al nacer.
Prontamente, sentíase subyugado, trastornado, dominado el espectador por la
enérgica convicción del rostro de La Capitana, por sus feroces dislocaciones de
caderas, por la bravura de sus piruetas y la fiereza de sus vueltas quebradas,
cuyo ardor animal corría pareja con la pasmosa exactitud con que las ejecutaba.
Todavía están registrados en nuestra memoria cual placas indelebles la rabiosa
batería de sus tacones y el juego inconstante de sus brazos, que ora
levantabanse, excitados, ora desplomábanse, rendidos, abandonados, muertos,
suavemente movidos por los hombros. Lo que más honda impresión nos causaba al
verla bailar era su nervio, que la crispaba en dramáticas contorsiones, su
sangre, su violencia, su salvaje impetuosidad de bailaora de casta». Alfredo
Mañas: «Ante Carmen, ante su baile, los gitanos guardan un silencio respetuoso
que, rápidamente, se convierte en una catarata de alabanzas desorbitadas, sin
medida. Y las alabanzas dejan paso al orgullo que justifica y exalta la raza».
Carmen Amaya en América
El investigador Francisco Hidalgo reproduce minuciosamente,
basándose en las crónicas y entrevistas de prensa, la estancia
en Argentina de la gran bailaora
Francisco Hidalgo Gómez. Barcelona, Publicitat Tafaner, 70 págs.
"Qué
vida ésta: en la tierra los civiles y en la mar los tiburones",
afirma Carmen Amaya a bordo del Monte Pascoal que la aleja de la
guerra española, rumbo a Buenos Aires, a fuer de mareos y miedo
a las profundidades marinas. El comentario aparece recogido en
esta obra, tomado de una entrevista publicada a los pocos días
de llegar a Buenos Aires por la artista catalana. En él Amaya
explota, sin concesiones, el tópico gitano que manejaba la
prensa y la opinión pública de Argentina, aunque el comentario
no está exento de verdad y dramatismo: así era Carmen Amaya, tan
tópica como verdadera, al tiempo. En efecto, en España los
civiles andaban revueltos. Tanto como para obligar a Carmen
Amaya a embarcarse en Lisboa rumbo a Buenos Aires pese al miedo
sideral que la catalana tenía al mar. Carmen Amaya en Argentina
glosa la peripecia en este país de la bailaora, un exilio que,
aunque empieza como algo provisional, se extendió en el tiempo.
El libro supone una profunda inmersión en las hemerotecas
bonaerenses ya que la narración de la llegada, el éxito, la
prolongación de su estancia, la vida cotidiana y la salida de la
Argentina está narrada a través de los artículos de prensa de la
época. Este material se completa con una selección gráfica
extensa y de primera calidad, procedente del Archivo General de
la Nación. La mayoría de las fotos son de Annemarie Heinrich.
Las 24 fotografías que incluye esta obra estaban inéditas en
España hasta ahora y muestran a una Carmen Amaya, no sólo como
animal escénico, también en su vida diaria junto a su familia en
relajadas instantáneas domésticas. La investigación en la
hemeroteca la ha llevado a cabo el periodista e investigador
cordobés afincado en Cornellá Francisco Hidalgo mientras que la
búsqueda de las imágenes en el Archivo General de la República
Argentina corrió a cargo de Alicia Chust. Esta obra reproduce
las crónicas de los estrenos de los espectáculos de Carmen Amaya
en diarios como La Nación, Crónicas Gráficas, La Prensa,
etcétera. La crítica argentina, no especializada, pese a que el
arte flamenco no era una novedad en los teatros bonaerenses
(desde Chacón a La Argentina, son innumerables los artistas que
habían debutado en la capital rioplatense antes de Carmen),
coincide no obstante con la española en señalar los elementos
anárquicos, el nervio, la espontaneidad y la fuerza como la base
del baile de Carmen Amaya. "Salvaje y erótica a la vez" como
afirma en el diario La Nación un anónimo cronista. No sólo
crónicas. Este libro de Francisco Hidalgo reproduce asimismo una
serie de entrevistas muy ilustrativas que Carmen Amaya concedió
durante su estancia en Argentina. En ellas la bailaora entra al
trapo de todos los tópicos flamencos que esperan de ella los
entrevistadores, que, habitualmente, inician la charla con la
pregunta "¿Es usted andaluza?", a la que la catalana contesta
afirmativamente de forma invariable. Instalada en Buenos Aires,
Carmen Amaya emprenderá giras por toda Argentina y también por
Uruguay, Chile, Brasil, Colombia, Cuba y México grabando también
una serie de películas y discos en la capital argentina. De
hecho, una vez abandonada su residencia habitual en Argentina
por los Estados Unidos, hacia 1940, todavía sigue dando
recitales y permaneciendo durante largas estancias en Buenos
Aires casi hasta el final de su vida. Carmen Amaya Amaya
(Barcelona, 1913-Bagur, 1963) era hija del tocaor El Chino,con
el que da sus primeros pasos como artista en los bares y locales
Las Siete Puertas, El Manquet, El Cangrejo, etcétera. Entonces
era una niña conocida como La Capitana. Realiza sus primeras
giras a partir de 1923 en que la descubre el crítico Sebastià
Gash, por España y París. Alterna en sus giras con Vallejo o
José Cepero y rueda La hija de Juan Simón con Angelillo y
producción de Luis Buñuel para Fimófono. A partir de la Guerra
Civil reside en América, primero en Argentina y luego en EEUU,
girando por toda América. Debuta en Nueva York en 1941.
Interpreta diferentes papeles en cintas de Sudamérica y
Hollywood, lugar en el que se instala en 1942. Realiza giras
mundiales y regresa a Europa a mediados los 40, y a España en
1947. En 1963 interviene en Los tarantos de Rovira-Beleta, a
cuyo estreno le impedirá acudir la muerte, que en forma de
afección renal hace acto de presencia. A su entierro
multitudinario en Bagur acudió un gran número de gitanos de
España y Francia, según el testimonio gráfico que Colita logró
captar del hecho.
Juan Vergillos | Actualizado 09.09.2010 - Una de las imágenes
inéditas de Carmen Amaya.
El flamenco universal de Carmen Amaya
Centro Cultural Blanquerna
"Reivindicar
la memoria de Carmen Amaya. Una mujer que revolucionó el
flamenco como expresión artística y le devolvió su condición de
ritual". Son palabras de Francisco Hidalgo, comisario de la
exposición 'Carmen Amaya en Argentina, mujer y artista' que
hasta el próximo 28 de octubre puede verse en el Centro Cultural
Blanquerna. 'La Capitana' (1913-1963) -como así era conocida-,
fue una de las grandes bailoras de flamenco. Pero además, para
Hidalgo -también biógrafo de la artista-, "Amaya revolucionó la
forma de bailar de las mujeres y creó el 'baile por taranto',
que la convertiría en la catalana más universal de todos los
tiempos". El 9 de diciembre de 1936, tras abandonar España
debido al inicio de la Guerra Civil, Amaya llegaba a Buenos
Aires con su familia. Tres días después, su presentación en el
Teatro Maravillas de la ciudad porteña causaba furor. La policía
y los bomberos tuvieron que intervenir para poner orden en las
taquillas. Después de recorrer Argentina, los Amaya viajaron a
Brasil, Mexico y Estados Unidos, para volver a España en 1947.
Desde entonces, Argentina fue su segunda patria y a lo largo de
toda su vida regresará periódicamente para volver a actuar con
sus nuevos espectáculos. El último viaje de Barcelona a Buenos
Aires, lo emprendió en 1962. De sus estancias en la ciudad
porteña ha quedado amplia documentación gráfica, parte de la
cual se incluye en esta exposición. Después de dos años de
inverstigación, la muestra, que está formada por 24 fotografías
inéditas en España que durante años han estado depositadas en el
Archivo General de la Nación de la República Argentina, es de un
alto valor documental. La mayoría son instantáneas de Annemarie
Heinrich -fotógrafa especializada en el mundo del espectáculo- y
no sólo exhiben a Amaya en su faceta de artista sino también a
la mujer en su vida diaria, rodeada de su familia y realizando
tareas cotidianas. Aunque Amaya fue aclamada por su arte en
medio mundo, "oficialmente nunca se reconoció su éxito", afirma
Hidalgo. "Tras su muerte hubo un período de olvido de ahí que,
con esta exposición, lo que pretendo es reivindicar su figura,
como mujer y como una gran artista".
Jéssica Nieto | Madrid. Actualizado domingo 10/10/2010
Carmen Amaya y Sabicas en América
Estos
discos se debieron hacer hacia finales de los años 40, aunque
las cualidades canoras de Carmen Amaya ya habían quedado
manifiestas en las películas que rodó en España antes de partir
al exilio. Se abre el disco con una jota argentina por bulerías
con la voz espeluznante y los pies atronadores de Carmen Amaya.
Encontramos también la versión, muy rítmica, a compás de tangos,
de la colombiana del Niño de Marchena. De Carmen Amaya cantaora
se puede decir lo mismo que de su baile: pura pasión, entrega
absoluta, un timbre denso de color aunque monocorde, a lo que
añadir que las limitaciones técnicas las suple con la entrega.
Cinco son los toques de puro concertismo que ofrece Sabicas en
los que combina su destreza y velocidad con intimismo: tientos,
verdiales, alegrías, rondeña y fantasía. El despliegue de
recursos que hace en la rondeña, de sólo dos minutos y pico de
duración, nos ofrece una instantánea de la guitarra más veloz y
de la técnica más asombrosa de su tiempo. Por cierto, ¿para
cuándo una estricta datación de las grabaciones que llevaron a
cabo estos dos genios?
Actualizado 04.03.2012 Carmen Amaya y Sabicas Grabaciones de
los años 40. Edición original Decca, 1959. Fonotrón
Carmen Amaya, centenario de un mito
Revolucionó el baile de su tiempo y, aunque muchas han intentado
imitarla, nadie lo ha conseguido
Debo
confesar que cuando vi bailar a Carmen Amaya, allá por la década
de los cincuenta, no valoré su baile como realmente se merecía,
debido a que no me gustó que introdujera en su zapateado algunos
pasos de claqué, influenciada, tal vez, por los bailarines
norteamericanos de la época; a los que ella, posiblemente,
habría visto bailar en los Estados Unidos, donde hizo varias de
sus más triunfales campañas artísticas. Con todo y con eso, el
baile de pantalón se le daba como a nadie y bailaba, "en
hombre", mejor que muchos hombres. O, para ser más justos y
exactos, mejor que todos los hombres que yo, hasta entonces,
había visto bailar en el teatro. Acostumbrado como estaba este
cronista al baile más reposado y solemne de nuestras bailaoras
del Sur, asistir a la trepidante manera de pelearse con el baile
de la Amaya, sobre el escenario, rompía todos sus esquemas. No
obstante, más tarde comprendería que la forma revolucionaria que
tenía la artista del Somorrostro era realmente original y tan
válida como cualquier otra. Sobre todo, porque derrochaba
personalidad. Y eso era indudable, porque lo mejor del baile de
Carmen Amaya no era otra cosa que la gran personalidad que
imprimía a su característica forma de bailar. Sin academicismo y
sin atenerse a ninguna regla, dejándose llevar tan solo por el
ritmo y el compás; con la velocidad que le imprimía su propio
corazón y la fuerza desatada de la naturaleza, a la que ella se
entregaba dócilmente, haciendo de sus piernas y de sus brazos
instrumentos de arrebatada fogosidad. No obstante, su seguiriya,
vestida con una larga bata blanca de cola, aún la recuerdo como
la mejor y más espectacular que jamás haya visto bailar a una
mujer. Nacida en Barcelona, en el barrio marginal de la playa
del Somorrostro, el 2 de noviembre de 1913, Carmen creció dentro
de la mayor pobreza, viéndose obligada, desde muy pequeña, a
partir de los cuatro o cinco años, a recorrer con su padre El
Chino, guitarrista de tercera fila, tabernas y tugurios, donde
conseguir algunas monedas bailando descalza. Así, hasta los once
años en que debuta en la compañía de Manuel Vallejo, realizando
con ella su primera gira por España. El cantaor José Cepero la
ayuda a presentarse de nuevo, en su Barcelona natal, actuando en
el Teatro Español y, en 1929, pasa a formar parte del cuadro del
tablao Villa Rosa del guitarrista Miguel Borrull. Otro célebre
tocaor, Agustín Castellón Sabicas, con el que, al parecer, vive
un apasionado romance, consigue que actúe en Madrid, contratada
por el empresario Juan Carcellé. El año 1935 debió ser un año
importante para la carrera artística de Carmen Amaya, pues
debuta en París, trabaja junto a Conchita Piquer y Miguel de
Molina, actuando en sus dos primeras películas: La hija de Juan
Simón, con Angelillo, y María de la O, que la llevarían, en
España, a la cumbre de la fama. Pero, al estallar la guerra del
36, se marcha con su familia a la Argentina, debutando en el
teatro Maravillas de Buenos Aires, recorriendo toda
Hispanoamérica, entre los años 1937 y 1940, y rodando nuevas
películas con Miguel de Molina. Hasta que al principio de 1941
se presenta en Nueva York y ahí empieza a ser cotizada como las
grandes figuras de la danza y la canción, codeándose con todas
ellas y las estrellas del cine, más famosas del momento. Siendo
a partir de entonces cuando es reclamada, para actuar, por las
empresas de los mejores teatros del mundo, recorriendo una y
varias veces España, Europa y América de norte a sur. Es
conocidísima la anécdota de la chaquetilla bolera, bordada de
piedras preciosas, que le regaló el presidente Roosevelt,
después de haberla invitado a bailar en la Casa Blanca; pero es
menos conocido el detalle que tuvo con sus hermanas y demás
familiares, arrancando una por una todas aquellas piedras
brillantes y multicolores, para repartirlas entre su gente,
llevada de un gesto entrañable de su nobilísimo corazón, ya que
siempre quiso anteponer su familia a su arte. Así era de
cariñosa, nada diva, esta mujer excepcional, única e
incomparable. Genial, dentro y fuera de los escenarios, como
mujer y como artista. Después de bailar en varias películas,
visiblemente envejecida por una afección renal que la llevaría a
la tumba, interpretó magistralmente Los Tarantos de Rovira
Beleta y moriría en su torre gerundense de Bagur el 19 de
noviembre de 1963. Cuando su médico, el célebre urólogo catalán
Antonio Puigvert le lleva el Lazo de Dama de la Orden de Isabel
la Católica, condecoración que le concede el gobierno de la
nación, ella la rechaza en su lecho de muerte, diciéndole con
una triste sonrisa: "Ya, ¿para qué?, doctor; quédese con ella,
se la regalo".
Juan De La Plata | Actualizado 20.01.2013 - La genial
bailaora Carmen Amaya.
El
Govern impulsa el año de Carmen Amaya con motivo del centenario
de su nacimiento
La fecha, además, coincide con el 50 aniversario de la muerte de
la bailaora y cantante de flamenco
El Govern pretende conmemorar este año a la bailaora y cantante
de flamenco Carmen Amaya con motivo del centenario de su
nacimiento y del 50 aniversario de su muerte. Según ha aprobado
el Consell Executiu este martes, este año se quiere reconocer el
valor de Amaya, honrar su memoria y difundir la figura de la
bailaora, situándola como una de las grandes artistas catalanas
del siglo XX. En 2012, la coreógrafa María Rovira creó un
esepctáculo dedicado especialmente a Carmen Amaya, que consistía
en una mezcla de flamenco y danza contemporánea y que recorre la
vida de la artista.
(EUROPA PRESS).-Cultura | 19/02/2013 - La bailaora y
cantante de flamenco Carmen Amaya en una imagen del 10 de mayo
de 1952 GYI
El
mito del taranto
Montse Madridejos
y David Pérez Merinero cierran el año Amaya con la publicación de una biografía
en imágenes de la bailaora y defendiendo la tesis de que ésta nació en 1918
Montse Madridejos y David Pérez Merinero. Prólogo de Juan Marsé. Edicions
Bellaterra, Barcelona, 295 pp.
La
imagen actual del flamenco se ha construido, en parte, sobre mitos. Sobre todo
la que se configuró, y de la que la imagen actual es heredera, en el periodo en
el que no había estudiosos con los instrumentos adecuados para conocer el
pasado, aunque fuera de forma aproximada. Muchos de esos mitos han ido cayendo
gracias a la labor de investigación de José Luis Ortiz Nuevo, Faustino Núñez,
José Manuel Gamboa, José Luis Navarro, Gerhard Steingress, Antonio Barberán,
Manuel Bohórquez, Rafael Chaves y un largo etcétera, en el que cabe incluir a
los autores de esta obra. Por supuesto, no hay que olvidar la labor de pioneros
como Anselmo González Climent o Luis Lavour. No obstante, los mitos flamencos,
incluso los que se revelan más tendenciosos y con falta de fundamento, se
resisten a irse. En la historiografía flamenca reza más que en ninguna otra
disciplina aquel dicho periodístico: "Que la realidad no te arruine un buen
titular". ¿Qué me dicen de Carmen Amaya asando sardinas en el hotel Waldorf
Astoria de Nueva York? Pues algún día se revelará que esta superchería fue,
acaso, una astuta estrategia comercial de Sol Hurok, el empresario que condujo a
Carmen Amaya por los entresijos del show business norteamericano. Es muy
curioso: Carmen Amaya pasa de ser Miss Morena 1935 en España a The Queen of the
Gypsies en 1942 en Estados Unidos. Por supuesto, los españoles, ávidos de
consumir cualquier producto norteamericano, nos comimos esta Carmen Amaya Queen
of the Gypsies, que es la que hoy se sigue vendiendo fuera y dentro de nuestro
país, olvidando, por ejemplo, no sólo a Miss Morena 1935, sino a la artista que
había hecho cine social con Buñuel. Y es que Carmen Amaya, lógicamente, son
muchas Cármenes Amayas. De estos y otros mitos del mayor mito del flamenco
tratan los textos firmados por Montse Madridejos y David Pérez Merinero en esta
obra. La publicación, no obstante, es básicamente un libro de fotografías: se
reconstruye la trayectoria vital y artística de la bailaora a través del nutrido
archivo visual de los autores. A pesar de lo cual son varios los mitos que, a mi
parecer, desmiente la obra en su breve texto: que naciera en 1913, que fuera
Sabicas
el que la presentó en Madrid en 1935... y por supuesto lo de las sardinitas. Lo
mejor de las sardinitas es el cuadro que hizo Eduardo Arroyo en 1988 titulado
Carmen Amaya asando sardinas en el Waldorf Astoria. Aunque, curiosamente, los
autores de este libro no hacen referencia alguna a uno de los mayores mitos del
flamenco en torno a Carmen Amaya: que inventara un baile nuevo en Nueva York, en
1942, llamado taranto. La verdad es que en 1942 no había un estilo flamenco
llamado taranto, aunque sí existía la taranta y la minera, siendo una modalidad
de esta última el cante que hoy se conoce como taranto. Mi impresión, una vez
cotejado el programa de mano de la actuación, gracias a mi amiga La Meira, es
que Carmen Amaya bailó un número instrumental compuesto e interpretado por
Sabicas titulado El taranto, probablemente, como apunta su título, un estilo
minero. La palabra taranto aludía a los mineros almerienses pero todavía a la
altura de 1942 no se refería a un estilo del flamenco. Para eso tendríamos que
esperar a 1957, año en el que Fosforito nombra en su primer disco, a una de sus
mineras, como taranto, según informan Rafael Chaves y José Manuel Gamboa. La
razón de este cambio de nomenclatura hay que preguntársela al maestro pontonés
Fosforito. Eso sí, la manera de bailar Amaya el estilo minero, a ritmo binario,
impuso una fórmula que ya no variaría, aunque tuviera precedentes en La
Malagueñita y en la mismísima Encarnación López Júlvez, La Argentinita: así nos
lo indica José Luis Navarro. Y es que la realidad es siempre más interesante,
rica, compleja, maravillosa, que las anteojeras que a veces nos ponemos los
seres humanos para mirarla. La realidad es tan fascinante que, comparada con
ella, los mitos son juegos de niños: ¿no les parece un milagro que, por ejemplo,
hablando de la historia del flamenco, la primera mujer en aparecer en imágenes
en movimiento, en la prehistoria del cine, fuera una bailaora de Almería llamada
Carmencita Dauset? Igual de maravilloso es que la bailaora de flamenco más
famosa e influyente de la historia naciera en el barrio del Somorrostro de
Barcelona. No hace 100 años, pese a las últimas celebraciones, sino en 1918, que
es la hipótesis de los autores de este libro. Hipótesis a la que me adhiero,
respaldada por datos, naturalmente, sobre todo el del padrón de Barcelona de
1930. En fin, que en 2018 volveremos sobre el centenario de Carmen Amaya. Y
ustedes que lo vean. Como señalaba en los años 60 González Climent en su ensayo
Para una historiografía flamenca, un texto verdaderamente visionario, "la
arquelogía jonda tiene que tener un carácter objetivo, y no gendarme". Ello es
así porque el mito es tendencioso, partidista. La historia también, claro está,
pero se exige a sí misma un mínimo de objetividad. Y ese mínimo es lo que nos da
la vida, lo que nos da esta obra maravillosa para ayudarnos a disfrutar aún más
de un mito y una realidad llamada Carmen Amaya, la bailaora del siglo XX, la
bailaora más famosa de la historia. Carmen Amaya (1918-1963) fue la artista de
flamenco más popular de su tiempo y sigue siendo la bailaora más conocida de lo
jondo. Y ello gracias a su exilio norteamericano, consecuencia de la Guerra
Civil, de la que huye en 1936 rumbo a Buenos Aires, vía Lisboa. En su viaje de
la capital argentina a Nueva York, ciudad en la que recala en 1941, recorre toda
Iberoámerica, incluyendo Brasil, y graba diferentes películas y discos en
Argentina, México y Cuba. En 1947 regresó a España, siendo la bailaora más
famosa del mundo, merced a su trabajo en Nueva York y Hollywood. Aunque en
España no era conocida en ese momento. Tuvo que rehacer su carrera nacional,
combinando sus giras internacionales con sus recitales en España. Se estableció
en Begur a finales de los años 50, pueblo en el que murió en 1963 de una
insuficiencia renal. No le dio tiempo a ver en la gran pantalla su último filme,
Los tarantos, realizado por Rovira-Beleta.
Juan Vergillos | Actualizado 30.12.2013 - Una de las imágenes incluidas en
el libro: Carmen Amaya en el Alcázar de Sevilla en octubre de 1951.
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Datos recopilados del Diccionario Enciclopédico del Flamenco. Edit.Cinterco 1986 |
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