DOLORES MONTOYA VIUDA DE CAMARÓN

 


ENTREVISTA A DOLORES MONTOYA VIUDA DE CAMARÓN


El isleño excava en la memoria sentimental de Dolores Montoya y en la de los familiares de
José Monge Cruz para dar a luz al libro 'La chispa de Camarón'

"Nunca vamos a acercarnos del todo a la figura de José"

 

"A Camarón lo tengo aquí", dice, tajante, mientras sube su dedo índice a la altura de la sien. Alfonso Rodríguez se sentó en diciembre de 2007 frente a una hoja en blanco con la piel impregnada de recuerdos de su infancia en el barrio isleño de Las Callejuelas y con el eco de las voces de Dolores Montoya, Isabel y Remedios Monge y de todos aquellos que, de una manera u otra, cruzaron su vida con la del genio de la Isla. Y eso hizo el periodista curtido como reportero en destinos internacionales. Cruzar. Cruzar memorias sentimentales, datos y anécdotas redescubiertos bajo la luz de la viuda de José Monge Cruz. Como un faro. Como un fogonazo que alumbró La chispa de Camarón: La verdadera historia del mito contada por su viuda (Espasa), que se presenta el miércoles en el Corral de la Morería, en Madrid.

¿Qué le motivó?

Fue una llamada de la editorial que, supongo, vendría por un amigo que sabe que me crié en el barrio de Las Callejuelas y que mi familia frecuentaba la casa de Juana (madre de Camarón) y mi relación con la Venta de Vargas. No puedo decir que conociera a Camarón. ¿Que estuve con él en muchas ocasiones? Sí, como otros muchos, pero eso no significa que lo conociera. Tras esta propuesta yo lo único que quería es que los herederos dieran su consentimiento. Hablé con La Chispa y me costó convencerla dos años, dos años reales.

-¿Y eso?

Porque ella no estaba bien, ni creo que esté bien todavía para la profundidad que requiere un libro como éste. Era pararse y excavar.

¿Cómo fueron las conversaciones con ella?

La Chispa tiene frente a su casa un lugar que ella llama el desván, que sólo se ha abierto una vez para una exposición que se hizo en Diputación sobre Camarón. Pero ella nunca abre ese lugar y se sienta y coge un objeto y recuerda. Así que esta exploración por la memoria de La Chispa, por los recuerdos, que están todos metidos en cajas en ese desván es lo primero que hicimos. Yo tenía claro que quería que fuera ella, en primera persona, quien contara la historia, a mí sólo se me ve por la narración. Aquel día me dio la pista por donde empezar pues cuando abrió la puerta me dijo: "Han pasado 16 años y sigue el dolor". Me decía: "Hoy pasa un día menos sin José y un día más con Camarón de la Isla". También me habló de una foto que le hizo Pepe Lamarca a Camarón y que nunca quiso él que se publicara. La Chispa la tiene, la mira con frecuencia antes de acostarse y la besa. El libro empieza ahí.

Y relata la histori 

Sí, ella la besa y reflexiona y cuenta su historia hasta después de su muerte. Es un ensayo de investigación novelado.

¿Ha costado mucho armarlo?

Ha costado mucho porque la memoria que tiene de José es una memoria desde el sentimiento, no desde los datos. Para contextualizarlo acudo a gente que estaba presente en las anécdotas que ella me cuenta. Así aparece Kiko Veneno, Raimundo Amador, Isabel y Remedios, las hermanas... Así que decidí que ellos también tuvieran voz en el libro, me parecía más honesto, y que cada uno contara cada momento histórico. Son satélites de Camarón. Más bien, satélites del hilo conductor que es La Chispa.

¿Son muchas voces?

Pues sí. Está Blanca del Rey, bailaora excepcional y actual dueña el Corral de la Morería que me cuenta cómo fue ese descubrimiento de Camarón en Madrid, por parte de los artistas, de Lola, de Valderrama. Ella habla de José como un hombre que lo que vomitaba era sentimiento tanto en las alegrías como en las penas, y esa es la grandeza de Camarón. También Kiko, Raimundo y Mario Pacheco cuentan La leyenda del tiempo. Raimundo me cuenta muy bien cómo era José: "Yo lo entendía muy bien. Yo no le hablaba, esperaba que él hablara". Y Manuel Luque, Manolito el del Lunar, su amigo hasta la muerte y ahora amigo de sus hijos, y cómo no, su familia y una callejolera como Catalina la del Rucho, 93 años y mente lúcida. A mí lo que más me interesaba era la infancia, es el nudo del libro, porque a partir de Torres Bermejas ya se sabe todo.

¿Cómo era José de niño?

José nació siendo un genio. Era introvertido, tenía su grupo de amigos muy concreto desde pequeño. El que mejor me lo ha definido es Salvador Aleu Suazo que me dijo: "Camarón nació en 1950 en un barrio pobre donde oyó el cante gitano de su padre y de su madre y cantó flamenco; si hubiese nacido en Viena, hubiese sido el mejor niño cantor". Más adelante también profundizo en su carácter.

¿Cuándo?

Cuando tocamos el desagradable tema de los opiáceos. En este episodio cuento con la colaboración del psiquiatra que trató a Camarón. Ahí se hace un perfil de él donde se concluye que José no era un drogadicto al uso, es decir, consumía porque quería, realmente a lo que estaba atado era a la nicotina. Prefería dar 5.000 pesetas a un cigarro.

¿Con qué te quedas de Camarón?

He aprendido que era un filósofo de la vida, una persona de la cultura de la calle. Sabía lo que quería ser. Quería ser él. No le importaba nada ni nadie, amén de su familia. Y, sobre las anécdotas, hay muchas, como cuando fue a grabar a Londres con la Filarmónica Orquesta a Abbey Road, donde grababan The Beatles, y le dijeron "¿qué te parece?" y contestó él: "Bien, pero ese violín está desafinado". Pura inteligencia intuitiva.

¿Qué opinas de la devoción que se le profesa tras su muerte?

El personaje transmite. Yo solamente digo a todos esos aficionados que menos mal que no lo conocieron porque si existe esta devoción por José sin conocerlo como persona, si lo hubieran conocido... Sería casi un líder social

¿Qué queda de su memoria en San Fernando?

En San Fernando hacen falta varias cosas. Bajo mi punto de vista, el de La Chispa y sus hermanos. A Camarón le hace falta una calle, hace falta que se rehabilite la casa donde nació, que hace poco se ha hablado con Carmen Pedemonte que ha dicho que va a parar o que se ha parado el derrumbamiento de la casa para construir otra, que eso hasta hace poco se iba a hacer. Y, hablando en general y de manera materialista, que él no lo era, Camarón es una marca a explotar turísticamente. La Chispa e Isabel dicen que lo que queda en San Fernando de él es la memoria de sus hermanos, de sus pocos amigos, una casa en ruinas, un mausoleo pagado por La Chispa y un montón de pósters en la Feria Internacional del Turismo.

Con el libro, ¿el lector se sentirá más cercano a José?

Algo más sí por las personas que hablan. Las hermanas y La Chispa han llorado mucho. Y todo ese sentimiento está ahí. Pero creo que nunca vamos a lograr acercarnos del todo a la figura de José.

Tamara García / Cádiz | Actualizado 24.11.2008

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